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Cuando vuelan y ruedan las hojas. Me pertenece la persecución que traigo. Un tren tras otro. Y el humo con que el
chirrido absorbe el total de las distancias. Hasta que, porfiada aritmética, me
veo salir de dónde vengo.
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Creo que estoy en lo oscuro en el
mismo centro del páncreas. Y lo único que suena es una galleta que se me rompe
en las manos. E insisto como hicieran los israelitas: creo en el maná, pero no en
los milagros.
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