miércoles, 24 de noviembre de 2010

Matutino y el crascitar del plástico

24 de noviembre y 2010

La rara belleza de la mañana ventosa, la luna reventada, los prados de Rutherford, el olor a putrefacción de los pantanos, penetran en el autobús. Y también se ha montado una señora que se ha percatado, demasiado tarde, que está sentada en el autobús equivocado. “Este es el 161”. Se quiere asegurar. Es el 167. Alguien por fin le aclara. La mujer con dos bolsas plásticas se levanta y quiere bajarse en el Turnpike de Nueva Jersey. El autobús sigue hacia el norte. Suena el motor. La señora habla desesperada. Pide que alguien se apiade y le diga cómo llegar a Moonachie. Exasperada, una mujer le dice que se baje en la próxima parada, cruce la calle y tome el mismo autobús hacia el punto de partida. La señora sigue haciendo preguntas. Pasamos por las torres de radio donde guiñan las luces intermitentes y rojas. Un hombre manda a callar a la señora perdida. Después de pasar por el edificio de PSE&G los primeros rayos del sol se cuelan por encima de los árboles y las casas que se elevan más allá del pantano y del inmenso bulto gris que es el almacén de Wal-Mart. El autobús hace su primera salida hacia un polígono industrial. Pasamos por el lado de un riachuelo. Allí hace 18 años que hay un carro de compras plástico casi sepultado en el lodazal. Es azul. El color ha aguantado la prueba del tiempo. Plástico de primera. En la primera parada, la señora se baja en silencio. Las bolsas crascitan como manteca caliente. Cuando el autobús parte, regresa el silencio habitual y un tremendo alivio entre los pasajeros.

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