Hubo piel de pato, suasorias salsas que elevaban
Al jabalí sobre toda la corte en el segundo día de su gloria.
Y ocas tan tiernas que podían desprenderse
Como lágrimas bajo el sorbo permanente
Que iba tallando el priorato.
Y detrás, luces tenues, la corte en bultos unidos
A la humedad de las palabras, y esa muralla entre todos
También de duro sorbo; y para él, la doble ceguera tras
Cada copa, tomando cuerpo al fin la venganza, la
Agonía del tiempo de su corona.
Al cuarto día: misión cumplida. Entre las sábanas
Otra vez al oído otras sombras ya eran ciertas. Los seis
Hijos de Ataúlfo habían pasado por el hierro de su furia.
Al quinto día admitía total soberanía. Esa noche,
El crascitar de las grasas le invadió de nostalgia. Y consigo
La nostalgia lo llevó a la conversación del arte cetrero.
Que fuera cierto o no, no fue Sigérico quien tuvo que
Soñarlo, porque fue en la noche del séptimo día,
Después de una ligera digestión de perdices con romero,
Que en un súbito dolor, vio bajar en el brillo de dos truenos,
Dos garras que lo separaron de su corazón.
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