30 de marzo y el 2011
La palabra acostada. ¿Cuál de ellas conmigo abracó el insomnio? ¿Cómo les han enredado a los elefantes de la colcha el paso? Se me ocurre no habitar. Desalojarme. Me saco el pijama y tengo toda una oración condenada sobre el cuerpo. La camiseta, hecha en China, una bolita de pelusas estancadas en el ombligo. Esa fuente de sintéticos en las palabras, la frontera de una sequía a la que le voy añadiendo mis pasos hasta el baño. Como si estuviera en una sabana.
Pero a mis espaldas pasa un jet. Sería mejor decir. Arriba pasa un jet. O. Afuera pasa un jet. O. Sobre Manhattan pasa un jet. De derecha a izquierda pasa un jet. De sur a norte pasa un jet. Las cosas se desclavan levemente con el rugido. Para eso está hecha la distancia. Hecha en China. De aquí al internet. Un sismo sobre el horizonte del internet que produce el jet al pasar. Todo pavor, hasta el borde de la bañadera, ha temblado el apartamento bajo el peso de los elefantes.
El arranque. Una íntima estampida sobre la sabana de este encierro. Los elefantes se disparan a correr. Azules y blancos. Veloces se arremeten hacia la bañadera y lo arrastran todo. Levantan el polvo de los libros acomodados contra la puerta del cuarto. Derriban dos columnas de tomos de la enciclopedia de Harvard cuando alcanzan la cocina. Pisotean el tomo número ¿? Infeliz Descartes. Derriban todos los premios Casas de las Américas. ¿Dónde deberían estar las toallas?
El canal 2 (CBS) anuncia que lo que he oído no es un jet. Son helicópteros. Vuelan sobre la salida del túnel Lincoln en el lado de Nueva Jersey (Weehawken). Un camión se ha volcado tratando de huir. Herido yace, patas arriba, en una gran curva. La cámara (tentáculo visor) se acerca y puedo ver su cuerpo tendido sobre el asfalto. El resto del tráfico, según el locutor, escapa. Desaforado. Bullicioso. En este caso estoy seguro. Una línea de luces rojas. Una estampida, en cámara lenta, hacia el oeste se aleja.
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