29 de marzo y 2011
Hay una costura. Ahí está. Una tal cicatriz. Un cobro de aparente ilusión. Esos ensamblajes no perdonan uniones. Esta mañana quiere forcejear conmigo, taza en mano, en lo que el mundo se acomoda en sus tectónicas malicias. Mientras: el gorrión está cargando en el boj el secreto fuego de su pasión.
Se empiezan a armar esas fronteras en los jardines. Una micra dosis de aleteos suben por los pisos de los edificios hasta los aleros donde las palomas se disputan las sombras. Tal vez, eterizado, comience el día con un malestar que no puedo acertar. Lo que yo percibo se permuta con mis síndromes. Y la lengua me pesa. Se me derrama este triache por las venas para hacerle frente a la luz. ¿Dónde( )el ímpetu?
Me acerco a la puerta. Acerco el ojo. Por el agujero orbicular se ve el pasillo. La escalera. Una luz desmayada que debe entrar por la puerta de entrada. Silencio. El edificio está en silencio. Y el problema no es salir. Eso es relativamente fácil. El problema es girar el pestillo. Jalar la puerta. Que de repente, el aire ese, el de allá, se funda con el de acá. Y yo no sepa como respirar.
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