7 de marzo y 2011
El Hudson se abre en láminas de aluminio. Dos cargueros se arman de esas cosas muertas que están contra el cielo. La inmovilidad, a pesar que este viento es un marzo entregado a su filistea luminosidad, me estira el paso. ¿Será que me desplaza sin que yo tenga que estar? Algo adentro campanea y me lleva rastreando por los Palisades la embolia del café.
En el Starbuck de Barnes & Noble, lo que se me acelera termina en una confusión frente a una revista de relojes. Por 10,800 dólares me puedo comprar un Zenith, El Primero. Bum. Un niño ha tirado al piso una taza de café. La madre abre las caderas en el piso. Y limpia. Lo que pasa aquí se expande en un rubato. Y su velocidad no concreta. Se me abre un péndulo bachiano donde, encima, respira Glenn Gould. Qué maravilla las partitas.
No leo nada. Lo que veo por la vidriera tiene un inútil aliento a luz. Me lo voy a decir otra vez. Un inútil aliento a luz.
1 comentario:
coño, qué bueno. "Me lo voy a decir otra vez"... coño que bueno.
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