11 de marzo y 2011
Ahíta de repeticiones. Costa de dos cabezas. Larga sucesión que el ojo pone contra la costa hasta perderse. Acullá. El faro quiebra, babélico, el abrupto plano de la arena, esa cadena hasta allá, donde las gaviotas se pierden en puntos líquidos.
Una pareja camina tomada de las manos. La playa. ¿Podría ser un instante donde la recuperación de este momento se viste en un cuarto para el reloj? Pedazo de cuerpo. ¿Masa o peso? Un salto en el tiempo. Una curva diferencial donde tener razón es la primera traición. Así, rompen las olas en una sucesión de gusanos blancos.
Los vidrios han llegado hasta aquí. También. Y, entre otros, los rombos de este maquillaje, los carapachos deshabitados de los moluscos. Además, las dunas (cepillos) emergen con sus greñas para acostarse hacia la luz. Una sábana se tiende sobre el gris para instalarse en la quietud. Y sin embargo, la luminosidad se dispersa en un saqueo de brillos. Un paraguas de múltiples arcos.
A lo lejos, un hombre parece jalonear el agua con una vara. Como mil veces (interminable) se eriza el momento. Se multiplica el agua. Ayer, como hoy, esto parece repetirse. Se levanta, desde la otra punta de la playa, un vientecillo. Las nubes se cierran. Y sobre todo esto llueve, incesante, con esa confidencialidad que tiene lo innombrable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario