2 de marzo y el 2011
Hace un momento oí un ruido. Lo voy a describir, pero lo que sale es otra cosa. La ración pendiente de las hojas que caerán. Eso es lo que sale ahora, después que el ruido se diluye detrás de la puerta y parece que hay un radio que busca encontrarse en onda corta.
Él (Otorrinolaringólogo). Me introduce un aparato en el canal auditivo. Dr. O me hace varias preguntas ¿Colecciona ruidos? ¿Quién era el que guardaba silencios en pequeños trozos de cintas? Me quiero preguntar si verá lo que he oído. ¿Me delatarán los ruidos que he escuchado? ¿Cuán larga será la cinta magnetofónica que llevamos dentro? La cinta la hemos reemplazado por un “chip.” Me parece un tipo simpático aunque su sentido del humor no acopla con todos los aparatos anticuados que cuelgan de esta oficina. ¿Qué pasa si se moja el chip?
Tiene que ser el caracol. Le hago un rápido relato. Me zambullo y lo saco de las profundidades. La parte interior es una espiral rosada y suave, parece un sexo indefinido, gigante. Después acerco el oído y se mete el mar. Un mar abismal. A veces tan cerca que rompe en un gusano blanco contra la costa. Y yo estoy ahí, parado, casi feliz.
Dr. O me desmiente. Estoy cansado. Asegura.
Él (Otorrinolaringólogo) tiene las cejas blancas. Un puercoespín.
Escúcheme bien. Váyase al mar unos días. ¿Ha estado en Cape May? Le hará bien.
Detrás de la puerta otra vez el resumen del invierno, que también sabe guardar sonidos, ahora resuelto, resbaladizo, asociado, penetra con sus ángulos en marzo con una condición. Creo oir “no volverá.”
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