La mañana. Una curva del cuerpo se incorpora con el oído en algunas palabras. Creo que busca encadenarse. Hacer preguntas. Otras partes, no menos curvas, se atienen a ser manos pies tórax cabeza ojos. Ya en la cocina. Los dedos en el gatillo de la tacita Limoges color Luis XV. Al lado de la hornalla, el dolor aparece en el meñique. En la primera articulación. Una punzada se traga el hueso y hace a la piel {a} un intervalo degenerado. Esas compuertas, selladas al mundo de allá y al mundo de estas geometrías, han amanecido somnolientas, agarradas a los sortilegios, y avanzan artificiosas a espaldas de sus funciones. Después los intestinos se niegan. Se abren y salen ceros estertores gases y mierdas. Y así continúa la mañana. Como debe ser.
Amen. Un rastrojo de luz por la ventana se condena sobre la sábana de mi colchón. Azul superior. Altura sin presión. Cara del descuido. Arrugas geológicas. Como yo, Me digo sacando cuentas.
Voy hasta la montaña de libros. Allí, cerca, donde tengo amontonados los dolores de Morente. A ciegas, le paso la mano a esas vértebras y saco una. Amanda Berenguer. La Cuidadora del Fuego. Me leo en silencio Los aloes cantan su naranja encendido.
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