12 de diciembre y el 2011
Los demás paran. Los demás han vuelto el rostro para ver el accidente. Han escuchado los frenos y luego el inevitable crujir de los metales. El estallido. El suspenso, ese breve silencio, luego. Pero yo he seguido. Es más, me he prohibido mirar.
Detrás de una vidriera hay un maniquí vestido con una falda negra. El entalle le queda ajustado. Le queda bien, pienso. El escote es insinuante, deja ver ese yeso rosado que le sube por el cuello y se concentra en su rostro paralizado. En su cara, sin quererlo, puedo ver el reflejo de una mujer en la vidriera que también le mira. La mujer tiene un sombrero parecido al del maniquí. Niego voltearme para mirarla. Y continúo hacia la derecha.
Tengo fe que los peatones cruzarán cuando el hombrecito se ilumine de blanco. Tengo fe que los autos pararán en la roja. Delante de mí, una pareja se toma de las manos. El tiene un abrigo gris y ella botas negras. Cuando ambos entran en la zona de las cebras, les sigo con la mirada las manos enlazadas. Les sigo los pasos hasta el otro lado de la calle.
En la cafetería. El café tiene espuma color avellana. Un buen aroma. La mano de la señora que lo ha servido tiene las uñas pintadas de cundeamor menos la del índice. Un anillo de casada. La manga derecha de la camisa blanca manchada. Luego, me pone una servilleta blanca y un vaso de agua con la de la manga sin mancha.
Alguien me da las gracias porque le aguanto la puerta y el que está detrás de mi choca conmigo. El que entra, piensa que yo se la he aguantado. No sé por qué lo habrá pensado. Mi intensión ha sido sujetar la puerta para el que estaba detrás de mí. Pero. No sé lo que pueda haber sucedido. Ha chocado conmigo y me he tenido que disculpar mirando hacia la calle.
Cierro los ojos para buscar las llaves en el bolsillo. Tanteo y encuentro la llave de la puerta de la entrada al edificio. Con los ojos cerrados aguanto el manubrio y la introduzco. La puerta se abre. Doy tres pasos y toco a mi izquierda la pared del pasillo. Tres pasos hacia adelante y encuentro mi puerta. Tanteo el llavín y después el llavero. Creo encontrar la llave. Y es cierto que la encuentro. Tanteo el manubrio y la introduzco. La giro a la derecha y la puerta se abre. Busco a mi derecha, con ambas manos, el interruptor de la luz. ¿Hacia arriba o hacia abajo? Arriba. Abro los ojos. Pura oscuridad.
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