miércoles, 4 de abril de 2012

Monasterio de San Salvador (Cornellana)

 


Detalle, Monasterio de San Salvador, Cornellana

I
En el arco del Monasterio de San Salvador, Cornellana, aparecen unos animales tallados en las piedras. Es un collage con una víctima: una sopa de alteraciones de borradas figuras donde la fuerza del tiempo forcejea contra la insistencia de los sedimentos. La palabra historia aquí sería como tirar una cascada en el desierto de Sahara e intentar resistir. En esa intensidad del azul, que supera al arco sobre su propio arco, pierdo la brújula y no sé dónde mirar. Casi juego con la idea de darles la forma de un origen u otra forma de desquite. O. Y. Aplicarles la higiene del tiempo. O decir Cordero. Buey. Jabalí. Codorniz. Osa. Por un momento intento acompañarlos en la miseria estática de una única y abandonada mirada. Y me quedo vacío. Intento balancear el tiempo de las piedras que se escuadran en su rutina dentro del difuso cuerpo de un pájaro (arenoso). Hasta intento en mi cabeza el mapa de unas alas. Es así, de repente, que a la izquierda del arco, descubro un arbusto con flores. Quisiera describirlas. A esta hora lo único que se me ocurre es que están redondas y perfumadas. 

II
En el centro del patio del Monasterio de San Salvador creo presentir una fuerza desparramada, el cubo de una geometría que creo se ha caído desde hace mucho tiempo y nadie la ha visto. Hay rastros de tortura en los ventanales. Las paredes tienen la convicción de una cara que le han sacado los ojos y lo que queda son las cuencas. Quiero estar atento cuando algo más pase. Miro alrededor en busca de un indicio y del culpable de tanto descuido. Pero, las piedras carcomidas son expertas del silencio. Esta estructura (ósea) enclenque se tambalea inconsciente sobre la tarde. Lo quiero comparar con una ceguera y creo que no viene al caso. 

III
Es cierto que la bruma tiene o pudiera, si quisiera, presentarse con una taza de café y cruzar las piernas como una chica sueca de fuertes y largas piernas jacobitas. Ya por la tarde, entre Cornellana y Tineo, penetra la calamidad en las truchas que la confluencia del Narcea y el Nonaya se lleva en su transparencia. Los montes se sacan de encima la luz y entregan sus faldas al frío. Es otra cosa (latitud) cuando avanza ese momento. Otra garganta. La presión de un temor. La negrura despaciosa. La inercia sobre los techos, como en las cabañas de Somiedo, donde la luz ha sido tragada.

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