Pronto.
Los quietos cedros esperan el preciso momento cuando de ellos broten excesos,
pesados, y excretantes bellotas; caerán, sin vacío, contra el gris seco del
pavimento, salto, dos, trizas, darán vueltas en súbitas muertes. Y como insidia que propone ser alerta, sus
restos irán acumulando traza, un formal polvo se refugiará en la ranura de la
vereda. A un señor que pasa le aparecerá un súbito gesto perdido y en su mente
le goteará metálico. Mientras octubre se
remueve sobre almantas de azules ligeros, los nubarrones pasan sin que nadie le
ponga el cuerpo, una línea obtusa guarda compostura y pone en su ceguera el
ladrido de un terrier, el guano endurecido en la pintura de un auto. Lo que
parecería estar ahí se ha ido. Ha vuelto la noche y se alza en medio de una
serie de incomprensibles búsquedas. En un estado de alarma algunos salen a la
calle con sus abrigos puestos.
1 comentario:
Delicioso como de costumbre. Se le echa de menos.
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