Pynchon hablaba con el sur expuesto. De un
fuego que alguna vez tuvo pared y luego trabó su gárgara y se metió contra
otra- opuesta- pared. Y decía que “soy un absurdo lado de esta punzada. A esa
gallina me la chingo por las alas” sin apoderarse de aquellas cosas que
importan. Algunos males, logrados por la incapacidad, se dan al desalojar el
instante por una mayoritaria alcancía de acusaciones. Después, quedan en la
ciudad las avenidas vacías. Y, cuando menos uno se lo espera, Pynchon pasa en un automóvil
lentamente conducido por un grupo de viejas decapitadas.
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