26 de octubre y el 2011
Mit der Rückkehr in eine Umgebung, deren Hauptkennzeichen Ruhe und Enthaltsamkeit waren, wurde das, was man sich brachte, das Erlebte, dringlicher. Wie immer man sich zu verlangsamen und zu beschränken versuchte, das Erlebte gab einem keine Ruhe.
Ich versuchte es mit langen Gängen, an denen nicht viel Auffälliges war. Ich ging die lange AuhofstraBe von Hacking nach Hietzing und zurück und zwang mich, dabei nicht zu rasch zu gehen. So meinte ich mich an einen anderen Rhythmus zu gewöhnen. Hier sprang mich an keener StraBnecke etwas an, an niederen, einstöckigen Häusern entlang ging sich’s wie auf einer VorstadstraBe des vergangenen Jahrhunderts.
Manga me lee como a un niño. Su voz se desliza con la suavidad de una sábana limpia. Transparente como el cloro. Entre sus sílabas, la voz de Canetti (almacenada) transcurre por un largo pasillo cuando cierro los ojos. La voz me ha tocado La Parálisis donde, como un adorno (alemán) de madera, siento mi cabeza descansar en el vientre de Manga y creo que se abre algo en mí que jamás entenderé. Mientras lee, me toca el pelo con un gesto indescifrable y de perpleja pequeñez. Su voz avanza por un terreno de susurros. Se aloja en la curva que hace un tranvía antes de desaparecer en el vagón de la memoria. Y deseo dormir. Poner una larga pestaña como marcador cuando termine esta oración. Y extraviarme. Al menos, en una multitud de palabras sin formas, volver a la garganta. Y bajar. Bajar. Bajar al principio por el cálido intestino de Manga.
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