viernes, 7 de octubre de 2011

Viaje a Knoxville (La Fiesta)

7 de octubre y el 2011

La fiesta. Los drogadictos y los alcohólicos, los desalojados y marginados, los olvidados. Esos adornos humanos de las esquinas urbanas, según mi hija, aquí son pieza de museo. Han desaparecido bajo la rectitud económica y el tácito orden moral que pone las cosas en su sitio para el bien de la prosperidad de los Prósperos. South Gay Street está vacía. Silencio. Miro hacia el segundo piso del complejo de condominios, y en el largo ventanal del apartamento, que debe ser el de mi hija, veo sombras moverse.

La puerta está abierta. Arrastro la Bi-Boss por un largo pasillo, y a mitad de este, la dejo contra la pared. Allí están todos. Disfrazados de súper héroes y extraños personajes, hablan como en un teatro de marionetas. El Hombre Araña. La Mujer Maravilla. Blanca Nieves. Súper Ratón. Batman y Robin. Batman se me acerca y de un salto me abraza. ¿Me habrá confundido con algún tipo de Robin? Por encima de la música escucho su voz. Papi. Gracias por venir. 

Me presenta a sus amigas. A La Egipcia. A La Mujer Araña. A Betty Boop. A Alicia. En un raro despliegue de camuflajes los trajes delatan tetas y panzas, culos y piernas de exageradas dimensiones. Creo que Betty Boop explotará en cualquier momento. Se ríe a carcajadas. Un vaso de whiskey con hielo. Las manos gruesas. Dos kilos de silicona y parece un sapo en celo. Todo un festín. Y cortés, entre dientes, halago la belleza local.

Me voy por el vino. Me siento cerca del ventanal. La luz exterior (ámbar) también se disfraza en esta sala. La noche pasará lenta y no sé que quiero pensar ahora que estoy aquí. Hasta que se acercan Reggie Jackson y El Dermatólogo. Uno lleva un afro y el otro, el de bata blanca, me acribilla a preguntas. Ya, cuando me los quiero sacar de encima, El Dermatólogo se instala en una pesadilla literaria. Me cuenta una anécdota de William Faulkner. Se me acerca. Faulkner desnudo. Faulkner escopeta en mano. Continúa acercándose. Faulkner borracho. Me pongo nervioso ante la cercanía de su aliento a Mississippi. Es La Mujer Araña quien me salva. Me toma de la mano. En medio de la sala (ámbar) bailamos en silencio a Luis Miguel. 

3:30 am. El apartamento se ha diluido en un estupor etílico. Las mujeres han descuidado sus trajes, se han quitado los zapatos. Las que quedan, poco a poco, les regresa al rostro lo otro. Los hombres, cansados de beber parados, se han derrumbado en los sillones. Y en un abrir y cerrar de ojos, la sala se ha quedado vacía y en silencio.

Batman saca una botella de moonshine. Brindamos por su cumpleaños. Bailamos un mambo de Perez Prado. Le escribo un poema breve y efímero en el cristal del ventanal. Nos alegra estar así. Juntos. Felices.

Si alguien hubiera estado parado en esa esquina de South Gay Street (4:15 am), hubiera visto con toda claridad que lo que digo es verdad. En el ventanal,  iluminados por el verde del semáforo, Batman y un  hombre se abrazan. Y por razones de obvias distancias, nunca hubiera escuchado cuando Batman le dice al hombre que lo quiere mucho.

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