8 de octubre y el 2011
El Hotel Oliver. La madrugada y las estrellas han sido reemplazadas por la humedad. La luces se mueven bajo la intensidad del ámbar. Cruzo la plaza de Market Square que tiene un texto de Cormac McCarthy grabado en bronce. Me tambaleo sobre él. Me asalta la imagen de una carreta llena de frutas. Gente que se mueve gris en el tiempo. ¿Qué se puede decir en bronce?
Batman me ha dado las llaves de la puerta del hotel. A media luz, el lobby tiene el desgaste del tránsito humano. Enmascara en la decoración un tiempo inexistente. Una fórmula. Tiento algo que no lo puedo expresar. Los sofás veteados en tapicería de grandes hojas verdes. Maderas opacas. Hay un encaje en todo esto. Es fino. Entre el lobby y yo ha aparecido La Parálisis. Lo miro todo con tristeza. Del techo cuelga una araña con dos bombillas encendidas y que más bien parece huir hacia el techo. Creo de verdad que estoy triste. Pero no puedo pensarlo con claridad. Un olor rancio a aceite quemado se concentra según me acerco al ascensor. Y dentro, el olor es intenso, industrial. Casi sonoro. Como una máquina. Como la máquina de coser (Singer) de mi madre.
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