12 de febrero según el 2012
Hoboken. Amnistía. La luz en las aguas se canaliza. Arrastra apariencias y sombras de estos edificios tatuados en el cielo de Manhattan. Allá. Donde hay menos azul, el puente Verrazano se arquea en aquello que sujeta a la tierra sobre sus cuatro elefantes y la gran tortuga. Ahora que lo miro tranquilo, no entiendo el espacio que libra. ¿Y si le lanzara una piedra desde aquí?
En el muelle de Lakawanna lanzo al Hudson, en dirección al puente, un caramelo que me he encontrado en el bolsillo del pantalón. Menta. A más de 20 quilómetros del Verrazano el caramelo se sumerge en las aguas.
Una gaviota me pilla. Desde el otro lado del muelle se levanta. Dos aletazos a barlovento. No importa. Hace un rapidísimo giro y se abalanza (elegante) al sitio donde se hundió el caramelo. A ras del agua vuelve a tomar altura, y cuando corta, su cuerpo emblanquece el aire, se entreteje con la luz de las aguas, y toda ella se dirige hacia mí. Me pasa cerca. Me hace girar. En otra maniobra, cae alerta, al lado de una bandada inmóvil que, en escuadra centinela, observa, con las plumas erizadas, la mañana. Antes de incorporarse al grupo, mueve el cuello como una anciana. Da tres pasos, torpes y sospechosos, antes de ignorarme.
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