23 de febrero y el 2012
Quebrachos. Sueño de aguas. Reverberos y el humo del café en un colador. Dos manos sobre una mesa de madera y un jarro de lata (ahí). Uñas negras. Oscuras ranuras entre las tablas. Y una serie de ondulaciones en la madera verde. Ese verde que cuando se alza la vista es la corteza, el repello, de un cedro que está en un parque que se puede ver desde de una estación de autobús. Y debajo, hay un banco, donde un viejo mira a un hombre arrastrar una maleta hacia la estación. Cuando el hombre entra es tan temprano que oye el eco de las ruedas de su maleta rodando contra el piso. El piso es de mármol. Todavía a esta hora de la mañana tiene lustre. Pues, la luz que entra por el ventanal se desparrama (tranquila). El hombre se sienta, sin apuros, frente a uno de esos ventanales por donde se puede ver el otro lado de la calle. Allí, en el parque, crece un cedro con la corteza verde. Desde donde el hombre está sentado, puede observar al cedro adornado de ramas entrelazadas, y debajo, en el banco, a un viejo que ignora a un joven que escucha música en su ipod mientras cruza la calle en dirección a la estación. El tránsito va a aumentar, de modo que, en un momento dado, el viejo mirará a su derecha sin saber que está sucediendo frente a él.
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