viernes, 3 de febrero de 2012

Wislawa Szymborska (Reposada humareda)



2 de febrero y el 2012

La velocidad de estos días se confunde con una línea de pérdidas y conciertos donde apenas hay tiempo para abrir verdaderamente los ojos. Wislawa. Unos ojos con la piel tan sensible como la flor que se atreve a llamarnos la atención. Quizás por su breve valentía más que por su belleza. Y. O. El atrevimiento con que se balancea en el tallo de lo abismal. 

Alguna vez pasé las manos por algunas (de sus) palabras para después meter el cuerpo. Me encadenaron por días. Me descentraron la incertidumbre. Me encontré con la mujer de reposada humareda. Szymborska. Le puso un falsete a la mañana que aparece con el nubarrón del absurdo frente a mi colchón. Le añadió descanso al desayuno que, con sus olores, frustra la capacidad de la nostalgia bajo el peso de su vejez. Y cuando a la vista duele lo mínimo de la tarde en la espuma de la cerveza, en las llamadas de los hijos, un andamio de oscuras posibilidades me abrió una brecha hasta la risa. O.Y. Simplemente me reconectó a la sangre que engendra a la verruga del odio y nos brota con su mordida, a las fronteras de los objetos, a los amores y turbulencias, a la miopía de la vida misma. 

Diluído me sentí, una mañana camino a Frankfurt, con un poemario abierto en las páginas 38-39, por uno de sus tantos aciertos. Qué diferencia donde se le canta a lo humano y aparece un toque de risa torcida.  Le traspasó tantas veces el alfiler a esas cosas del dolor y la indiferencia (al escondite) que logró colgarlos ante su ridículo. Y.O. Para que ese cuerpo de nuestras pestes nos hiciera recapacitar. 

Hoy, sin embargo, por detrás de las lecturas, me queda el ansia, el haberle dicho algo que nos hubiera enemistado, sobre el puente de lo inmóvil, donde el ser es intocable y efímero.

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