Angelo Musco
22 de febrero y el 2012
El naufragio. Se pierde la mar tal liebre en la broza. La embarcación, antes de desaparecer, deja el encono sobre el frenillo de lo que se está por decir. Esas cosas de la mar. En las aguas se esfuma. En la cruz del pápaz cuelga un salvador con sus peces enhuevados. La ceba de la ceba. Una servidumbre de sacrificios y ofrendas perpetuados en el engendro de una vida sin tiempo. Cómo no. No es hora para la duda. Nada de tergiversar los pecados por pescados. Ni enflorar el fuego (el fuego) de la rabia eterna y sus desnudos (terrible pena) en un lago de hirvientes jugos e innombrables matemáticas. Habrá loor y consuelo para los perdidos, los del total desconsuelo, ciegos y ladrones, matuteros e hijos de putas. Esa es la promesa.
En la costa, además de la palidez de Tánger, aparece otro alivio. La luna con su contorno de febrero hace una tajada blanca y el resto es anatomía que entrampa a los peces. Allá, en el fondo se les ve a algunos, en la oscuridad de sus vidas, perseguir a lo que reposa con la livianez de un juguete inútil.
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