La fresquera, Antonio López García |
Dentro de la cabaña tengo la impresión que estoy dentro de una vitrina
de un museo. Filosísimos alfanjes los destellos que por las ventanas penetran. Y
qué cortarían. Hago una ensalada con rotoni. La confección me deja a solas con
una Pilsner Urquell. Dos Urquell. Y abro
el atún de Chimbote, el maíz transgénico en su lata perfecta y amarilla, destapo
las aceitunas Goya de los chirriantes campos andaluces, añado cebollas rojas de
Santa María del Mar cortaditas en olas junto a un roce de orégano de Monte Cristi,
y encima pongo a los cortesanos tomates de Santa Fe, pura guinga, acompañados
por ajos curados en las tostadas espaldas de aquellas chicas rumanas en
Castilla-La Mancha, pues irrumpe la frescura del aceite de oliva, oh virgen,
que viajó de Jaén a Roma y de Roma al puerto de Elizabeth, y por fin, un toque final de oboe a la sal
gaditana avisa, ahora mezcla, para dejarnos satisfechos mientras el vino
alavés, debajo del parasol en el patio, retrae igual que expande.
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