Bajo la sombra del parasol nos aguantamos de una cuerda de
seductores balances. Tejemos sin acercarnos a W. H. Auden. Cierta urdimbre, por
ejemplo, emerge sobre mi cabeza en la velocidad del colibrí cuando penetra su
pico para extraer el néctar en la flor falsa. Y se levantan los rumores de mi
piel sitiada y sus hostias rosáceas. Las hojas de los abedules guiñan en el
rumor. Y como en los extractos, las nubes se concentran en pasar hacia el este,
y por debajo un tajo, entre lo gris y lo blanco. El aroma del pepino, tenue, en
helada ginebra, sus despetaladas rosas húngaras en la lengua, y un sinuoso
camino, a mis labios llegan sin abreviaturas desde el Nick y Nora. Quiero
nombrar y no lo logro. Allí se enreda. Concordamos que después de tanto placer,
chorizos y muslos de pollo, espárragos,
maíz, y más carnes, serían remedio para despertar del ensueño como colibrí.
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