lunes, 8 de junio de 2015

Viaje a Los Adirondacks (La tarde)




Bajo la sombra del parasol nos aguantamos de una cuerda de seductores balances. Tejemos sin acercarnos a W. H. Auden. Cierta urdimbre, por ejemplo, emerge sobre mi cabeza en la velocidad del colibrí cuando penetra su pico para extraer el néctar en la flor falsa. Y se levantan los rumores de mi piel sitiada y sus hostias rosáceas. Las hojas de los abedules guiñan en el rumor. Y como en los extractos, las nubes se concentran en pasar hacia el este, y por debajo un tajo, entre lo gris y lo blanco. El aroma del pepino, tenue, en helada ginebra, sus despetaladas rosas húngaras en la lengua, y un sinuoso camino, a mis labios llegan sin abreviaturas desde el Nick y Nora. Quiero nombrar y no lo logro. Allí se enreda. Concordamos que después de tanto placer, chorizos  y muslos de pollo, espárragos, maíz, y más carnes, serían remedio para despertar del ensueño como colibrí. 

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