miércoles, 10 de junio de 2015

Viaje a Los Adirondacks (Tercer día)

The brook (1907) John Singer Sargent

Con tres huevos construyo un castillo. Apoyado en las tostadas unto el café. Y sin embargo, triunfa el aceite de oliva sobre el tizne del pan. Hay algo en ello mortífero al paladar que se corona en descaro.

Y debemos partir hoy. ¿Qué sucedió anoche? ¿Quién estuvo entre las esponjas amarillas colocándome de cara al viento? Sin respuestas. Una caminata. Propone Mauricio. A un lago. Subir al lago Fulano desde la orilla del Lake George. Dos lagos. Uno arriba y otro abajo. Arreglo la numérica y sugiero asar carnes cuando regresemos. Quiero decir la palabra almuerzo.

Reptamos al lado de un arroyo. Cae veloz desde una cima escondida. Se le oye derramarse a la derecha entre grutas y pinos, y por debajo de los cercanos zumbidos de los mosquitos. La cuesta. Los amigos quedan atrás. Me uno a mis pasos y no siento la respiración. Me aligero desde los riñones y el estómago, devuelvo todo residuo a su génesis, cualquier líquido al aire, cualquier traza a su volumen.

Subo y subo. Y al subir termino vacío. Incomprensiblemente vacío. Sin palabras. En la cima, los mosquitos se acercan, rondan, se alborotan. Y al no encontrar palabras el enjambre se va. Y yo sigo hacia el lago Fulano, por un trillo fangoso y quieto.

El lago Fulano reposa entre las montañas: un plato servido para la falsedad. Hay un hombre pescando en un bote. ¿Será un bote con un hombre lo necesario aquí?  También aparecen dos hombres sentados en una roca distante que aparentan conversar. ¿Serán parte  de la composición? O. Y. Tal vez desde la otra orilla me veo parado con mis dos palos observando detenidamente las aguas. Cuando mis amigos llegan el orden es la claridad del agua, las transparencias que imitan, la altura del sitio, el aire sin humedad, la pequeña playa donde rompen unas olas diminutas e inofensivas, la hora de regreso.


Desciendo a toda velocidad. El revés del trillo me sorprende. Es breve. Mitad del tiempo. Mitad de mi atención. Y espero a mis amigos sentado en una roca. A mis pies el arroyo. Allí el agua rodea, lucha, insiste, murmulla. Me alivia el rumor, los contornos. Cuando creo que soy capaz de pensar en algo más aparecen mis amigos con sus rodillas endurecidas.  

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