La carretera. Como abunda el pasar de la rosa construida, sus
desbordes, por lo tanto, por el sonido de “ser” penetra por las ventanillas,
sale por las ventanillas, choca contra el parabrisas, y el silbido que atrás
deja, si alguna vez fue caracol de mar o la mar misma, se percibe en el
movimiento por el cual escala la conversación. Y se repite. Abunda. Aguantamos
el andamio que nos acerca a Lake George, el humeante desplazo, imperceptible,
de las montañas que, disueltas y anónimas, regresan para luego transformar
sus espaldas en distancias.
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