Hoy. Persiguiendo al atento regordete de la sístole-
barrancos y peraltes- choqué con el aliento- etílico- sobre un mazo de flores
que en la sala ha muerto. Me incliné, porque ya es diciembre, con el mismo
gesto de un sapo al saltar por la ventana, y sin medir, estimé la distancia
para mis huesos triturar. Reventar. Acá, cuál de ellas (violetas, rancias,
amarillas), desesperado calculé, me hubiera salvado. Me desplomé. Vesícula y
bazo, priápico y asustado. En un campo de avenas y parábolas.
Al creer despertar, solución a tientas, y abridor
en mano, de una botella y sus burbujas, silbó, con gran alivio, el agudísimo estertor
de un hada.
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