Vuelvo, retozo, a la amniótica escultura de
mi madre bordando un mantel a su madre en una balsa que cruza el Toa, y, quien con
estoica confidencia, enrasa y añade, menos estar. Vaya diligencia. Y lo otro,
se perpetúa, eso, digo, la falta de concierto por ciertas anatomías de mis
lecturas, repintando al hombre hecho y aplomado que quiso mi padre. UNO a lo sumo
pertenece a un instante, aditivo y cuatro colorines, pletórico de sulfatos,
protista que los dioses arrojaran a la alberca.
Y luego esto. El ser un hueco -tientas y cegueras- y algunas exasperaciones
reproductivas -como arreglos por Bach sobre Vivaldi- y o el escalar, bálsamos
de avena, varios “poemas retornos” al eterno relajo sisífeo.
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