14 de enero y 2011
Mitad franja y mitad cuchillo. Desde la rendija de mi ventana, la sombra se derrumba contra los ladrillos de las paredes. La luz se levanta, grosera, en revoleos blancos y grises. Los residuos de una nevada. Me quiero hacer varias preguntas aunque tenga que retroceder sobre este sabor a búngalo encerrado. Las narices. No eran quitrines ayer y autos hoy cuando giro el llavín y salgo a la calle. Creo que se me levanta un fuerte olor a urea de caballo. Dónde habré comido tanta yerba.
Estoy por comprarme un vino. Tinta Toro. Me voy por un Termes. La ligadura del tanino hasta el gaznate con su bolero. Qué añoro sino el corcho que zafa como un corazón para desoxigenar los glóbulos. Tintos o blancos. Compraré una curita también. Aquí no le daré el gusto a nadie. No me verán chorrear las babas.
He girado a mitad de camino. El indio que me vende la lotería huele a melazas. No. Huele a plumas de gallina. No. Huele a comino en la piel de un cochinillo. Tampoco. Huele a ajo. Eso es. Huele a las chicas búlgaras de Castilla-La Mancha. Sí. Huele a trocitos de apio. Me desea suerte.
La luz resbala. De repente, hay trillos que el hielo crea sobre la calle, senderos que si no levantas la cabeza te pueden llevar a un inesperado periplo. Vas a Dunkin Donuts, te bebes un café, y cuando sales, sigues el trillo de hielo que te devuelve a Dunkin Donuts. Te vuelves a beber otro café, y cuando sales, y sigues el trillo de hielo, éste te devuelve a Dunkin Donuts donde te bebes el tercero sin comprender. Después del quinto café, te invade un estado de impotencia total. Un temblor. Será por eso que me mira desesperado ese judío ortodoxo mientras espera el cambio del semáforo. Qué conexión habrá entre la impotencia y el hielo después de un quinto café. Será que el indio que me vende la lotería huele a impotencia. Ahí.
No sé cómo he regresado a mi llavín. En esta repetición de esquinas y semáforos, callejones, latones de basura, tendidos eléctricos, enmarañados crucigramas aéreos, ventanales, portones, rejas, hielo, gente vestida de negro, me invade la certidumbre que algo detrás de mí crece a una velocidad que jamás entenderé. Me regresa el viejo temor a la dimensión fractal.
Se me cuela en el retro nasal, antes de abrir la botella, un ligero olor a frambuesa y urea.
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