18 de enero y aquello del 2011
El aguacero intenso es lo que me llega. Montevideo. Una amiga toca a una puerta oficial y subimos por unas escaleras de antaño hasta el despacho, la torre, el cuartucho famoso de Herrera y Reissig. Tarecos disueltos, dos ventanitas, una puerta destartalada. Y la terraza llena de vértigos y barlovento. La ciudad hacia al puerto descascarada. Los edificios, sin piedad y sin colonia, disueltos contra el marrón del rio. Montevideo, hacia el puerto, es la cara de un Herrera y Reissig desdentado. Por debajo del horizonte, la carga ácida de la humedad se ha desplomado en un aguacero.
Lo que me llega ahora no es el olor a café brasileño. En la calle Sarandí, nos hemos sentado en un café de moda. Aquí no hay Bustelo y me entristece pensar en mi madre. Mi amiga me va a regalar uno de sus libros, y el olor, el olor del libro, ha contaminado mi taza. Lo menea como si fuera un abanico. Otra biografía de Lautréamont. Los dos miramos como afuera llueve a chorros.
Le he dicho a Isabel que me vende los ojos. A la gallinita ciega. Ha puesto, en el grupo de libros que voy a catar, ediciones de Barcelona, Guadalajara, Buenos Aires, Madrid y Montevideo. Y, según los va abanicando frente a mí, voy acertando.
El aguacero cada vez me llega más intenso. Las ediciones montevideanas se exceden con sus aromas. La humedad remonta. Rastreando su mosto entro en una marroquinería. O. Y. La humedad se detiene los domingos en la feria de Tristán Narvaja, se eterniza. O. Y. La humedad permanente de los colchones de lana, curtidos, en el hotel Cervantes, me encuentra acostado en el cuarto 104. Pero, lo que insiste, un poco más arriba de la lluvia, me traspasa. El eucalipto, su posibilidad en las quemas, su frontera nocturna entreverada con palo de monte. Es el humo. Ciudad que arde. Es una suerte. Se pueblan de nafta y pizza con albahaca las avenidas de plátanos desnudos y las paradas de los autobuses.
Por último, le digo a Isabel que también hay una insinuación a violetas que se desfonda, un tipo de colorante que reconozco en las ediciones de la Banda Oriental. Dos libros en particular que adquirí en Papacito. Una edición de bolsillo de los poemas completos de Fray Luis de León. Otra tempranera, casi roída, complementada con penetrantes olores a pamplonas y a molleja, de cuentos escogidos de Filiberto Hernández.
Esta tarde, a pesar que la lluvia ha descongelado la mayoría de los trillos de hielo, he tenido dificultad en llegar al Path-Mark. Me preocupa el regreso.
No recomiendo la sección de carne en el Path-Mark. Atroz.
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