3 de febrero y 2011
Entra y sale. Entra y sale. Sale del charco el ojo de una vaca. Quiero decir. De la nieve que se derrite. De este charco de babas frías.
Mi abuelo se inclina blanco (color de la ira) sobre la cabeza de la vaca (color Narciso). Quién se atreve a decirle algo a este hombre.
Vaca y ternero, al matadero. De dónde ha salido el ternero. Ya la vaca lo ha adivinado. Y no hay grito ni empujón que la mueva hasta el charco del lado de allá del semáforo. Nada. Se queda aquí. Firme. Frente a la parada del autobús. En el charco.
Mi abuelo le ha roto el rabo a la vaca. Se le mueve ese buñuelo. Una hélice torcida. Las moscas no respetan. Se le posan en el infeliz ano, en la vulva verde y expuesta. Nada. Se queda aquí. Firme. Frente a la parada de autobús. En el charco.
Me alegro que el 167, cogote cuadrado, se aproxima. Palpo el pase mensual en el bolsillo. Encincho la mochila. No tengo dudas que tengo que saltar.
El autobús se detiene a espaldas de mi abuelo. Antes de saltar por encima del ternero, la vaca y mi abuelo, quien saca su machete y amenaza a la vaca con cortarle el cuello al ternero, cierro los ojos. Salto. Salto por encima del charco y caigo en el primer escalón del 167.
Esta vez no me he mojado los pies. Buen comienzo para este nuevo año del calendario chino.
Me acomodo contra la ventanilla. Tengo unas ganas increíbles de dormir.
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