Fisuras en los olores. Repartidos, botellas y
revistas, volúmenes enteros de aceites, oliva y mazola, repechos de harinas en
filtros y escaleras, bajadas de aguas, ronquera, a una garganta donde crujen,
negros, los pasos, el estremecimiento. Las pesadumbres, el ahí de la polvareda,
contra los libros esperan que las toquen. La Casa es una proporción de
pertenencias seducidas y el brillo de estos bordes de vajilla polaca, dispares
diseños, azulados, por el intercalo que se atreve estar aquí. O. Portugal en los
poemas guindados, retando mi culpa- y su redor y su inercia y su Pi 3.14 y que,
sin embargo, resiste mi piel, reguero, en su tigre deshecho en cada esquina, hediendo
al halago que pertenece a un jovenzuelo fumando por vez primera. Pues, encima,
las volutas de la angustia, las lluvias de persistentes calados, el moral del
patio, afirman si estoy vivo. Y. O. Si por el silúrico espinazo, estriaciones,
Bach se remete en las arrugas de toda esta pintura y descascaros. En efecto, si
no estuviese yo, El Misterio, como es debido, pondrá su sello el día que alguien
vuelva a vivir aquí.
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