Solo puedo, proscrito, ambidiestro, un
suspiro dar al lado de las constancias de la pantanosa quietud donde los gansos
que llegan de Canadá levantan el vuelo sin preocuparse cuándo, cómo, desde, por
qué, y adónde tienen que comparecer o si la determinante asimilación de la
marea se extiende sobre los mimbres de la realidad, y las lanchas, que por allí tallan el talud del fango, dibujan una intensión mas allá de lo que la adrenalina
extrae de esa empresa del ser al acudir, inherente, ante harta desilusión.
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