Gitter (1968) y Gerhard Richter |
Llamo. Y después de 25 tonos y 38 esperas, cuelgo. Mis neumas por los cables ennegrecidos. Estimo el silencio, por dentro de esos sitios jamás imaginados queda la huella del desintegro, el fetiche estimulado en su proporción, cupo envuelto en su papel de cera y, dentro, su carne fría, corrientes del respiro; y sin querer, la mano me tiembla, desatina, la mitad de la cucharada de azúcar cae afuera, y, al colgar todo esto, construyo un pequeño y meticuloso montículo en la auxesis de la mesa del café.
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