Rua da Misericórdia, Lisboa (1970) foto de Joao H. Goulart |
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Aguazol.
Y opuestos, los mostazas. Ingeridos arcos y portones. Algo en sí descarrilado
en las paredes. La funda al llamear con la humedad del tranvía que acaba de
pasar (lejos) por un tomo de sonambulismo. Todo chorrea, al fin y sin fin en el
blanco de las plazas, medio espejo bajo el taconeo de los peatones. El tutear forma de llave y carril. La forma un café detenido ante puras cortesías.
Y cómo no suponerlo, los arcos de las casas están por caer, piel, o, en el
justo instante cuando las sardinas podrían salvarse.
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Irrumpe
lo siniestro. Entre sillas, pocillos, y meandros, se esparcen los tonos de
esperas. Irradian por dentro las ceras de algunos hechos, heces, un estado
que empuja a pronunciar en Lisboa la caída del sol. Se sabe que es un
manierismo. Una receta para punzadas. Se sabe de sus cantos y sus lápidas, encuadrados ventanales. Y embarga, al aparecer por una curva una mujer,
cualquier mujer, y se retrae el lumbago de los edificios, bajo un disfraz de esperanza por Rua da Misericordia el transcurrir.
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