No me culpes, Pulso. Búscame la claridad, limpio filo, del moral al atardecer. El resto parafraseado de la pared en su fondo de ladrillos rellenos. Lo nuestro. Cuídame. De la catástrofe multinacional que es la novela española de hoy, el cundeamor repleto de una trama infantil. Y de los dídimos secuestros que ahora aparecen en las cenas y abordan sin dar cuenta cuánto perdemos cada vez que me acerco a la ventana y no hay (encuentro).
Abre
la puerta. La salida empieza con el aire imposible del pasillo. El pescado que dejó
Raúl -el vecino del 3- antes de morir, y ha quedado aquí, vaho de los aceites, incrustado. Déjalo. Antes que suene de la escalera el quinto escalón: tremores, nervios, y cucarachas. Habrá sido dónde
resbalaste. Y miraste atrás para verme cavilando otras letras. Como Finlandia.
O. Un rastrillo de puntos sucesivos -hasta el escotoma- de esta frontera que no sabe ascender.
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