Era que descascararse la ciudad- era- un
pasadizo a la contra fuerza de la fe. Lo hubo en ciudades que estuvieron a
punto del desmayo: Estambul, Corinto, Veracruz, Baracoa. Y en ello se
estacionaba un rubro de calles lamentables y gente que conseguía soportarse. Le
metían con el cuerpo su denuncia, dividida, como oosfera, para existir a plazo
en esas coordenadas de templos y mataderos, el cruce donde vivía fulano de tal,
cerca del puerto un buen amigo, y sus ventanas daban al otro lado donde se
desnudaba la Marilú, la Clotilde, la Alejandra con sus contornos de arpegios. O.
La simpleza de morir de una puñalada o una pulmonía. El agostar entre vejez y
siestas sexuales. Y no se entendía y no se embadurnaba el culo- esos ecos- con
salsa de tomate la ciudad, sus autobuses disfuncionales. O. Los camareros
arrebatados por el aburrimiento y el rencor. No.
La ciudad posee como escatima. Pistolas, cuchillos,
pastelerías, ramblas y hasta en una jaula un pájaro tiene tiempo en su demencia
para escabullir un inapetente sonido parecido a lo que es. Uno lo contempla.
Uno lo categoriza. Con amplitud. Y fuera de sus deudas, igual que un conductor
de CUTSA, pone la mirada hacia al fondo para que la gente colabore y se mueva hasta algún fin que le escupa fuera de conteo. No.
Los banqueros bajan por una calle que es
una fecha- 25 de mayo- y por ese calendario de la camisa ajustada a un suéter
azul, el pergamino bajo el brazo al café de una esquina y su gris iniciación
para algo inteligente- es un decir, desde luego, entre él y el otro Qué es lo
que conspira El Banco de la REPUBLICA. Pertenece a una condición, al menos tan
triste como lo otro del hornero que se priva de cantar cuando la carne arde. La
quemazón, ese humo, que aquí no llega, ámpula todavía sirve para determinar el
largo de la jeringa del pus. O. O. Pie de rey, la historia nacional del
descascaro.
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