Torres Garcia |
A presión. El estanco, las carnes, el kafka de las frutas hecha un seco intermedio entre las voces de la familia, y el blasón (grisáceo) en cobertura total hacia el liceo, dan su cara al mar que era. El interior. Fisuras su humedad única. Sobre el mantel, un bordado de suegra, empero estocada, difuntos pespuntes sin herencia, aquello intrínseco menudeo y trasto sobre la mesa, capaz de ser adorno. Y afuera, el diminuto detalle, La lluvia recupera el sonido real- un trueno y un relámpago seguido por el estallar de las gotas. Se añade contra el gris, luna incierta, el estallido de las clementinas. Las buganvillas y el cemento, fermentados, permean, se dan el lujo de cabecear. Ya el viento, entonces Algo copudo y priápico. Se acurrucan, a un lado, en fin, ante el vino tinto- múltiplos de gestos desnucados.
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