6 de diciembre y 2010
Allí, al lado de la fuente, con la curva del marfil, la fúlgida. A su lado, un árbol. También la cadera pulidísima en doblajes de tules y sobrios azules venecianos. El cincel minucioso de sus pliegos. Erizos. La encerada mano, firme, con el hijo encajado, un trofeo, la desnudez de una tibieza sin par.
A sus pies, enredazón los laberintos, sacabuches, vientos, de un ministril que en un banco de roble se da por vencido, la observa. Inmóvil, aunque veloz su diestra se distingue como si tocara el rostro de un hombre invisible o será que en busca de apoyo pareciera sacar un colirio de la lluvia. Parece que va a dar un paso. Y no. El pie ya ha balanceado desde las rodillas hasta el pubis su carga. Allí su peso. A ella id.
En un momento parece, ay Ciorán, una caída en el tiempo el arco de mi orina, los amarillos de este otoño que sujetan este árbol. Es altura o caída vaciarse al lado de tan hermosa criatura.
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