1 de diciembre y 2010
Llueve con finísima cordura. Tuercas heladas, ruedas de panetelas, dominios verdes y amarillos en un menjunje húmedo abarcan las aceras, los aparejos de los transeúntes y sus paraguas crecientes. Alientos de una antiquísima humedad de las narices van y vienen en los aires tal una sabana poblada de bisontes. Uno puede detenerse en cualquier esquina de estas ciudades, ciudades que se han vuelto una sola mole, un animal ininteligible, y perder por un instante bajo la lluvia, la dirección. Perder el paso hacia el adonde.
Es casi un momento de alegría. Ese instante en que levantas el pie e invade la sorpresa de no saber hacia dónde. Un protomomento. El animal bajo el arranque, sus células que buscan donde estar sin saber dónde ni cómo.
No falta el sobresalto, el error. Se dobla por el herbazal como por el tiempo. En él se pasa de sombra en sombra por los espejos de las lluvias, por el filo de las aguas, por el cuerpo líquido que se remonta dentro de uno. Se salta un charco. Y se cae, se aterriza en esta parada del autobús, en el sólido estar de estas mamposterías y asfaltos con el peso del cuerpo y los semáforos.
2 comentarios:
me parece que tú y yo tenemos agunas cosas en común. mucho de protomateria y de chapaleteo. voy a linkear tu blog al mío.
lindo proyecto.
Estoy de acuerdo que tenemos materia (éter) común. Me ha dejado una rara sorpresa. También voy a ombligarme a tu blog.
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