28 de diciembre y 2010
El borrón. La quinésica. Estancias en el centro de mi ventana. Suenan las gotas de un mundo que se derrite. Seré yo quien se derrite. Será que hay una interrupción cámbrica sobre todo esto.
Desde aquí, sentado en el piso, lo que veo pasar es un parcho de nube. Lento. El cielo se ha intensificado. Desde finales de noviembre, le vengo temiendo a las cosas azules. Tanta luz por la ventana me preocupa.
Me voy a acercar a la ventana. Voy a atreverme a mirar por ese agujero.
Afuera, las veinte pulgadas de nieve han puesto un casquete sobrio y delicado sobre los safacones de la basura. Pero a su vez, la gente ha escarbado una arquitectura rústica. Han creado formas exageradas sobre el blanco.
Anoche me atreví a mirar. La calle se había borrado en pedazos. Las formas de los autos estaban hechas de insinuaciones. Bajé la persiana cuando me pareció que la nieve tenía luz propia. Me dio temor.
En la cocina, no sé qué hacer. De una bolsa plástica saco un queso de cabra. Abro una botella de Gran Feudo. El color del queso es blanquísimo. Se atrevería una compañía de pintura a llamar a su máximo blanco “queso de cabra”. Hace años, ella, Isabel, quiso que le pintara el apartamento. Me dijo, Quiero blanco cegador. Nadie quedó ciego, pero gasté 4 galones en un pasillo. No hubo modo que quedara satisfecho con las tonalidades de aquel blanco cegador.
Cuánto blanco necesitará el blanco para ser más blanco. Zurbarán no le temía. De alguna manera, hasta el fin, lo acompañó la blancura que embargaba a su pueblo de Fuentes de Cantos. Borraba sobre el blanco. Será que borrar es lo mismo que recordar.
“Blanco sobre blanco”. Dónde lo habré leído.
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