jueves, 14 de junio de 2012

Ultima lectura de Stanley Kunitz en Waterloo Village


Stanley Kunitz (1906-2006)


Público, joroba y púlpito sumidos, la desnudez de los noventa y tantos frágiles años, le extrajeron desde los huesos las averías. La vieja capilla, comejenes en escuadras devorantes, por un instante hizo paro. Diminutas lentejuelas, el polvillo, sobre las cabezas allí atentas a su cuello enrojecido. La voz, por fin, arrancada y violenta, rumor interior de un suiseki, reventó en la tensión de una antigua bofetada que toma el rostro de una corta tos. Permiso. Dijo.

Levantó la vista. Remató alguna peripecia. Dos o tres quiebros, más abajo, y los ojos sin sentencia. Cerró los labios. Cerró el libro. Tras un breve eco se estacionó, en la solapa del desgastado traje azul, el resto de su caspa. Y nos dio la espalda.

miércoles, 13 de junio de 2012

Receta en el tintero del huidizo


el transfondo de la tragedia india



Circúndenle dolores. Dictantes e inhalados. De una nacela cuelgan, horma (clavícula), con sus portapliegos, las palabras. El resto es pauta, Parálisis.  Receta en el tintero del huidizo, color de la India, el negro. Y del azul minoico, pernicioso, de los pellejos, {a} espacios degenerados, que le canta a mares y naufragios en losetas. O. Y. Un gran vacío. Descarnador. Aparece en el blanco. Tóxica lenidad en los polos de las librerías y las lecturas tediosas de los poetas. Chatarras de tanta imagen de mierda. Y a un lado, posición fatal, consciente de que otro dolor acecha y retorcerá sus gandingas para exprimir su bagazo, aprieta el sieso, tal tubo de pasta dental, mastica el sainete, y traga.

lunes, 11 de junio de 2012

Noches de ronda


Paul Celan



Ultima ronda

Me supera. Un sudor se abre entre la tira de la carne y su hueso malbec. Un cojón medio frío y remendado, a la fuerza, conteniéndome el aliento. Por si acaso, aflojo un gas trabado en el costillar, pesebre, a punta de lanza, vaya expolio, el hijo de puta, en su órbita saturnina hasta la blancura del inodoro. Dónde está mi esfuerzo. Cuál poema no regresa. 

1
Alza, esa nuestra imagen, dos copas en la noche. Vómitos y cagados de risas. En algún sitio de esta noche que ha sido una siempre desde que abrimos el poema aquel de Celan sobre la palabra discada en las fronteras del espacio. Palabra y negativo. Una comelata de hienas subiendo con sus fósforos a la lengua. Qué decíamos. Hijo de puta. ¿Te acuerdas de la Sulamita? 

2
Una tonada de Miguelito Matamoros. El guitarrón se fue expandiendo. Rodaba. Se le montó el rubor mariposeado, su curva, tensión de monja, como Balenciaga, linear y limpio. Cómo decirlo. Un Bach en una hamburguesa con queso americano y cachú frío por dentro del tabaco. Pureza sobre lo que rasga el infinito, aquellos labios. 

3
Del perol al ajiaco hartazgo y la quinta y la sextina y una estilográfica (vaginal) de negra tinta, india, en el espumero. Una playa, si alguna vez, la que no pintó el chino aquel, siglo III, dinastía tal, con su pincel perfecto sobre papel tensado. Fueron momentos parecidos hasta la primera producción de papel higiénico ya en otra dinastía y otros culos. 

4
Queda la cuestión de un verde capucha. Un asco cerca de un puñado de acelgas en baño de María. Busco en la memoria la pintura donde San Ignacio (cuando) estira la mano, con certidumbre, en busca de un agujero vegetal. Cómo sería llegar allí. Y lograr meter la mano en esa llaga. 


miércoles, 6 de junio de 2012

Tierra Firme




Entre 6 y 6y45: unipolar. A un lado de la oreja el ángulo de una podadera se cierra. El click. Esa (cosa) para que baje el mundo en un café hasta el orto.

Entre 6y45 y 7: el autobús 167. Sus vibraciones. Una mujer pequeña me pide permiso y se sienta a mi lado. Su pubis. Un bulto de grasas le envuelve el útero. El sol está por salir detrás de Walmart. Pero. Una nube tapa todo eso.

Entre 7y12 y 7y15: se baja una mujer. Es una lycra negra. Una pareja de gansos canadienses, seguida por sus crías amarillas, persigue a la mujer que cruza frente al autobús. Tres largos minutos. Y parpan.  

Entre 7y19 y 7y20: sube la vietnamita. Hoy tiene la cara fresca. Su mano, en la agarradera, la delata. Quiero recordar un verso de Valente. Sobre manos trajinadas en un gesto revertido. O. ¿Será mío?

Entre 7y20 y 7y22: tengo frío. La muerte de Lorenzo García Vega. El humo de la chimenea de PSE&G se estaciona debajo de otras nubes y crea un cielo raso y blanco. Cómo comparar esa combustión que brota apurada. Como un enredo de bolas explosivas. Casi bella.

Entre 7y24 y 7y24y: sale el sol.

Entre 7y24y y 7y25: el pubis de la mujer pequeña, ahí, sentada a mi lado, es de un negro de enrosques. Le sube hasta el vientre. Una mandrágora. No sé cómo. Pero lo puedo ver por la ventanilla. En el letrero de la clínica para enfermedades del sueño del hospital Holy Name. Abierta 6 días a la semana. Excepto sábados. Sin horarios.

Entre 7y26 y mientras voy bajando: para entrar a la casa de Kafka hay que pagar. Esas cosas de la Praga desnuda. Yo pagaría dos kafkas por verle el pubis a la vietnamita.

A las 7y 27: tierra firme.  

viernes, 1 de junio de 2012

Marranas 44




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A tiempo. O. Sin tiempo. Agarres y desquites. La línea substrae la próxima línea. La palabra sin ser pronunciada pasa con sus pitones encapuchados.

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Una diestra y se alumbra la humedad de los kiwis. También una mañana. La repetición de la araña que también colgó su ilusión en el interior de las semillas.

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Y la fruta. Y la inclinación de la luz repechada. Y sus idólatras pasan en la verija el dedo para oler luego a ese venado que corre asustado en la mirilla.

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Pone su pierna sobre el ángel ácido de su espalda. Tuerce su talón para creer ciegamente en el redimir aquel que no se va si lo abracas antes del último orgasmo. Entonces.

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Después de una península nada queda. La curva al fin. Filo que abre en dos la fragancia de las papayas.