jueves, 31 de marzo de 2011

Sin palabras

31 de marzo y lo del 2011


La palabra ha entrado por tu boca. Una expresión gorda. Transversal puede verse en el cuarto un trozo de luz. Penetra. Desde tu boca, una explosión de partículas. Un gofio. Por un momento, el suspenso. Un camino polvoriento se deshace en el aire. Y de ti nada sale. Te corona un cerquillo que apartas. Porque yo no sé qué piensas decir de estas cosas cuando te repites en los gestos.

Debajo de la lamparilla. Flotan los residuos. Con un click un telar de fibras se ajusta si te acerco la mano. Si tú. En fin. Se agitan. Como una navidad escandinava.

Y espero. Con una rosca entre los dedos buscando (pienso) donde ponerla en este cuarto. Y prefiero no moverme. Ya aparecerá el momento. Me digo. El sitio.

miércoles, 30 de marzo de 2011

Un momento de National Geographic

30 de marzo y el 2011


La palabra acostada. ¿Cuál de ellas conmigo abracó el insomnio? ¿Cómo les han enredado a los elefantes de la colcha el paso? Se me ocurre no habitar. Desalojarme. Me saco el pijama y tengo toda una oración condenada sobre el cuerpo. La camiseta, hecha en China, una bolita de pelusas estancadas en el ombligo. Esa fuente de sintéticos en las palabras, la frontera de una sequía a la que le voy añadiendo mis pasos hasta el baño. Como si estuviera en una sabana.

Pero a mis espaldas pasa un jet. Sería mejor decir. Arriba pasa un jet. O. Afuera pasa un jet. O. Sobre Manhattan pasa un jet. De derecha a izquierda pasa un jet. De sur a norte pasa un jet. Las cosas se desclavan levemente con el rugido. Para eso está hecha la distancia. Hecha en China. De aquí al internet. Un sismo sobre el horizonte del internet que produce el jet al pasar. Todo pavor, hasta el borde de la bañadera, ha temblado el apartamento bajo el peso de los elefantes.

El arranque. Una íntima estampida sobre la sabana de este encierro. Los elefantes se disparan a correr. Azules y blancos. Veloces se arremeten hacia la bañadera y lo arrastran todo. Levantan el polvo de los libros acomodados contra la puerta del cuarto. Derriban dos columnas de tomos de la enciclopedia de Harvard cuando alcanzan la cocina. Pisotean el tomo número ¿? Infeliz Descartes. Derriban todos los premios Casas de las Américas. ¿Dónde deberían estar las toallas?

El canal 2 (CBS) anuncia que lo que he oído no es un jet. Son helicópteros. Vuelan sobre la salida del túnel Lincoln en el lado de Nueva Jersey (Weehawken). Un camión se ha volcado tratando de huir. Herido yace, patas arriba, en una gran curva. La cámara (tentáculo visor) se acerca y puedo ver su cuerpo tendido sobre el asfalto. El resto del tráfico, según el locutor, escapa. Desaforado. Bullicioso. En este caso estoy seguro. Una línea de luces rojas. Una estampida, en cámara lenta, hacia el oeste se aleja.

martes, 29 de marzo de 2011

Atanco

29 de marzo y 2011


Hay una costura. Ahí está. Una tal cicatriz. Un cobro de aparente ilusión. Esos ensamblajes no perdonan uniones. Esta mañana quiere forcejear conmigo, taza en mano, en lo que el mundo se acomoda en sus tectónicas malicias. Mientras: el gorrión está cargando en el boj el secreto fuego de su pasión.

Se empiezan a armar esas fronteras en los jardines. Una micra dosis de aleteos suben por los pisos de los edificios hasta los aleros donde las palomas se disputan las sombras. Tal vez, eterizado, comience el día con un malestar que no puedo acertar. Lo que yo percibo se permuta con mis síndromes. Y la lengua me pesa. Se me derrama este triache por las venas para hacerle frente a la luz. ¿Dónde( )el ímpetu?

Me acerco a la puerta. Acerco el ojo. Por el agujero orbicular se ve el pasillo. La escalera. Una luz desmayada que debe entrar por la puerta de entrada. Silencio. El edificio está en silencio. Y el problema no es salir. Eso es relativamente fácil. El problema es girar el pestillo. Jalar la puerta. Que de repente, el aire ese, el de allá, se funda con el de acá. Y yo no sepa como respirar.

lunes, 28 de marzo de 2011

El mes más cruel. Sin dudas.

28 de marzo y 2011


Marzo es el mes más cruel. Sin dudas. Mis tendencias carpófagas. Mis abstinencias. Tremores y fascículos en decadencia. Una punzada (acullá) desde febrero, aguda y bien puesta en sitios que se me olvidan. Esa creciente ecmnesia. Y desde luego, el ronroneo de todo un invierno que se ha diluido en mi cabeza. El tinnitus se sigue abreviando en ondas hertzianas. Nada dicen. Además, la ausencia de las ratas ha coincidido con el solsticio. Parecen haberse extraviado en la mazmorra de este edificio. Y yo. Yo he quedado con el oído prendido de los silencios.

De repente, me duele todo. (Allí el fregadero. El imparable escape de la ducha). Un dolor que de físico pasa a ser una gotera. Al invisible estallar sobre las superficies. A pequeñas ondas que se depositan en diminutos cambios. En el tierno tallo de la incertidumbre. En los momentos de gestas. En los momentos acrílicos. Un dolor simple. Pero, incomprensible, altivo, ante los cerezos que se llenan, maldispuestos a este viento, de las más bellas flores. Y allí (también, tampoco) nada.

Salgo, como primicia, a caminar. Como una puérpera que se asoma a la ventana. La salinidad del aire me contiene las viseras. Me anima los cóndilos. Vuelvo, detenido en una rueda, a soñar con mis pequeñas cosas. Tengo tantas ganas de entregarme.

Ahora, las alteraciones. Las moléculas. Las fumarolas, sobre estos tristes edificios, me envuelven con sus raciones aromáticas. Apariciones. Las grasas ya diluidas. La anatomía perdida de la muerte suspendida en el deseo. Una serie de garabatos azules se enredan entre los tendidos eléctricos. Rumbo a la Avenida Bergenline, mi ataraxia acrecienta a unos pasos de El Pollo Supremo.

jueves, 24 de marzo de 2011

Brindis con Segura Viudas

24 de marzo y 2011


Una ronda de nubes acaba de pasar. Y detrás, el rugir de los motores de un jet. ¿Cuál velocidad me visita sin que comience a perder el equilibrio, aquí, en este espacio? ¿Equilibrio?

Los parches de hielo en la acera me aconsejan que si salgo tendré que pisar bonito. Que desconfíe. Según el canal dos (CBS) ¿no había sido el 20 el fin del invierno? El hombre-¿cómo se llama?- tiene una corbata lila. Este es el fin del invierno. Sonríe. Se mofa de todos nosotros. Da varios datos de meteorología. Y yo le creo. Yo siempre le creo. También me dice que hoy es el día en que recordamos el naufragio del Valdez en las costas de Alaska. Pobre diablo.

Abro para la ocasión una botella de cava. Seguras Viudas. Brut Reserva Heredad. Una flauta. Las pequeñas explosiones de gas atracan en la superficie. Y yo me frustro con la belleza de esas serpentinas, que suben a partir de la nada, desde un invisible punto, sin avisar, en un trillo (estrellado) hacia lo alto. Y luego otro. Y luego otro.

Aparentemente han pasado todas las nubes que tenían que pasar. El azul asalta. En lo más alto del único árbol que se divisa desde este ángulo de la ventana, flota una bolsa plástica. Parece luchar. ¿Querrá liberarse de las ramas o de la altura? No estoy seguro si el viento que la mueve viene en dirección oeste o norte.

La certidumbre siempre me pasma. Las agujas con sus tiernas explosiones se siguen comportando, en ese segundo viaje por el paladar, con la misma precisión con que descorché la botella. Macabeo 67 % y Parellada 33%. Certidumbre numérica. Otra bolsa de plástico crascita y de ella saco el jamón ibérico.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Marranas 21

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El enjambre. Las faldas hasta el aljibe. Hay un remo debajo
Del agua. Se pinta el rostro una moza enamorada.


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Se entona el corazón. Esa pasta de las aguas neoyorquinas.
Sopla el viento y se levanta el pútrido olor del muelle.


#
La calle queda azotada por el cierzo. La mujer con la gorra
Se apresura para olvidar que todavía se siente desnuda.


#
Hoy se me diluyen las ganas. Iría a beber un Ribera del Duero
Al puente George Washington y ver las gaviotas desde arriba.


#
Todavía lo que no viene. Y nada se parece a la cáscara de
Esta banana y al verde primaveral del plástico de la Granola.


#
En la cabina telefónica ha dejado de haber un teléfono. En su lugar
Hay un corazón trazado en negro donde dice: Luis ama a Amie.


#
La estación tiene una diadema verde donde un puto reloj
Hace 78 años apuesta a las 7 y 10.


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Bajaban a las romerías gente con asuntos de magias. Y la agonía de los
Rostros enmascarados. Se agolpaban para alabar y conspirar fervientes.


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Dulzura de un higo escondido detrás de una hoja.
Vuelve la abeja cansada a frotar sus traseras.

lunes, 21 de marzo de 2011

Plenilunio sobre Nueva York

19 de marzo y 2011


La coraza se arma con un azul agonizante sobre la línea forzada de la ciudad. Es una costa de dientes de perro que ha logrado trasplantarse el brillo, las diamantinas, el exceso que deja el día. Por debajo el río, El Hudson, se pone la mansa piscina del espejo. La gravedad con sus sustancias pasajeras. El trazo de las corrientes como si, sobre él, hubiese un pájaro prehistórico agitando las aguas. Y en realidad, aquí lo que hay es una calma ante el bullicio. Una cara preciosa con acné.

Con el arrastre de una cerveza perfecta se asoma. Es un ruedo. A Borges, con un traje de luces, se le pueden ver los cojones definidos. Una inflamación ciega y despaciosa. Borges gira sobre su bastón y pasa el toro. Y cuando vuelve a envestir, un capotazo. A ciegas. El toro ha dejado un vacío por el aire y se han movido estos árboles desnudos.

O puede ser otro lado. Un telón. Una hilandera que consume con su aguja el espacio. Y rota con los amarillos cuidadosamente un huevo. Y así, lo empolla. Le da su posibilidad como quien sueña suspender el vuelo. O. Y. darle un ligero golpe para que rote la hebra en su bobina.

viernes, 18 de marzo de 2011

La Salamandra

18 de marzo y 2011



De un torbellino de accesorios enterrados en la cartera, sacó un creyón de labios. Lo enredó en la punta de la lengua, y en tres pinceladas expertas, se repintó de rojo candente los labios. Gruesos. No sé si esto es una buena manera de presentarla. No lo puedo negar. Fue así como se me apareció una tarde de un verano en El Café La Bruma. Lugar abarrotado. Yo tenía en frente un poemario de Gottfried Benn. Se sentó sin pedir permiso. ¿Y, cómo te llamas? Pestañeó tres veces e inclinó la cara a la derecha como hacen las salamandras.

A veces, la gente se entiende con los gatos, los perros, los caballos, hasta con los peces. Yo con La Salamandra. A penas se sentó, supe que aquel momento tendría profundas consecuencias. Dijo Gottfried y cuando arrastró la efe con la erre la lengua se le disparó como un resorte. Espero que no te moleste. Un tipo que lee a Gotffried (otra vez la lengua se dispara como un látigo hasta casi tocar la carátula) Benn no se asusta tan fácil. Después, no pude dejar de escucharla, de mirarle los labios. Gruesos. El chasquido de su lengua sobre las fricativas. Y frente a mí, su piel. Amarilla y negra. Las finísimas manos que articulaban, defendían, el desencanto. Aquello era presenciar, resbalar, en el infinible caparazón de la tristeza.

Y también es cierto que las mesas jamás volvieron a ser iguales. Las patas. Las cuatro patas. El suspenso entre los dos por debajo del espacio. Y la caricia como el desencanto. Los pies en un estado de presunta agonía. Y entre los dos (La Salamandra y Yo) un código de fuerzas. Una serie de inutilidades que se permearon y se sellaron para lo erótico. Y la constante desilusión. Como una melcocha azucarada. Y su cola. La cola que se aferraba y me estrangulaba una pierna cuando se enternecía, cuando la invadía la nostalgia y las lágrimas la ahogaban. Dulce. Dulcemente. Porque anillarse en mis piernas para ella era la máxima expresión de su ternura. Siempre me quiso engullir.

Lo que sube por la rama seca de la magnolia es una ardilla. Ya, a punto de explotar los pimpollos, se asoma el violeta, y el blanco empuja con todas sus posibilidades. La cola de la ardilla equilibra la viveza de una delicadeza impredecible. Me recuerda una caricia prohibida. Después, la ardilla salta, y se abraca a otra rama. Y la rama tiembla. No sé si es la ardilla o la magnolia que me hace sentir indefenso, pero hace tres días que pienso en La Salamandra.

martes, 15 de marzo de 2011

Marranas 20

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Sobre la ciudad se bambolea la apoteosis de la felicidad.
Hay una antena de teléfono con una guiñadora luz roja.


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Lo desastroso del síndrome de Diógenes no es lo que se acumula.
Más bien esa garantía en la que el espacio se delimita en un vacío corporal.


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Una pista se ha perdido momentáneamente. Primero, cierra el paso la angustia.
Y luego, no haberse dado cuenta que lo mejor hubiera sido continuar.


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Pusieron la esperanza para decir que había que poner una solución en el
Meollo de las tardes. También pensaron que a los niños se les ocurriría un color.


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Si hay demasiadas nubes, pues que llueva. No quiere escuchar lamentos.
El estornino ha esperado todo el invierno este momento.


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Nada de inspiración. Una buena borrachera para que ocurra lo indeseado.
Ya sabemos que la etílica nos absuelve a todos.


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Al gallo le cuelga la cabeza torcida en lo que brinca sobre la mesa.
Es un sueño tan sutil que el peregrino jamás comprendió la visión de KFC.


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Un poquito de letras al azar keutxbrpodjek.
Y no hay nada que hacer.


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Marzo se inclina sobre los dobletes de las almejas cuando
Revienta el mar. Sí, en mi mi mi mmillones de gotas.

lunes, 14 de marzo de 2011

Añicos y Perjurios

14 de marzo Y 2011


Miro al piso y allí Añicos y Perjurios. La cuarta constelación de este linóleo derrotado. Una explosión de un antiguo juego de ajedrez se vuelve luz una vez que entro. Y mentiras. Son varios parchos. Me hipnotizan desde un patrón que se han venido cociendo con el arribo de las pisadas, los años, y los aceites que he ido derramado en este piso. Ahí. El arrastre de libros, mínimos accidentes, tintas y papeles que se han conglomerado en una estela láctea, el constante descascaro de mi piel, el ir y venir hasta la ventana, el escurrirme hasta la cocina para sostener la mirada hasta el punto en que todo comienza a girar en su tiempo cósmico. ¿Dije cómico?

La taza del café ha dejado un sistema planetario encerrado en un círculo perfecto. Donde varias manchas aparentan dominar por su profundo contraste, allí se sumergen, en la infinidad, mundos giratorios. Y a partir de un eje dominado por una mancha original del linóleo, se puede medir, en complicadas escalas elípticas, revoluciones disparadas en perfecta armonía, y otras que se añadieron en un gran boom.

Yo estaba apurado. Aeropuerto. España. La taza me la habían traído de Arizona y tenía un cactus pintado. Cayó. Se estrelló. Un dios distraído. No pude limpiar. Dos meses después, durante mi ausencia, se materializó la constelación. Juro que sucedió así. Boom.

Ese fue el año de La Salamandra. Yo andaba con la lengua adolorida. El alma a rastros. Y me costó muchísimo recuperarme de aquel viaje. Y de La Salamandra. Por lo menos, cuando entré al apartamento, allí estaba ya, debajo de la penumbra, un orden establecido. Ese olor a rancio sobre el ajedrez de las cosas. La sugerencia de unas manchas que se conectaban en orbitas invisibles. Una cuestión exacta que tanto le hacía falta al montón de libros incoherentes y desordenados. A ese tránsito. A este espacio. Y a mí.

viernes, 11 de marzo de 2011

Costa de dos cabezas

11 de marzo y 2011

Ahíta de repeticiones. Costa de dos cabezas. Larga sucesión que el ojo pone contra la costa hasta perderse. Acullá. El faro quiebra, babélico, el abrupto plano de la arena, esa cadena hasta allá, donde las gaviotas se pierden en puntos líquidos.

Una pareja camina tomada de las manos. La playa. ¿Podría ser un instante donde la recuperación de este momento se viste en un cuarto para el reloj? Pedazo de cuerpo. ¿Masa o peso? Un salto en el tiempo. Una curva diferencial donde tener razón es la primera traición. Así, rompen las olas en una sucesión de gusanos blancos.

Los vidrios han llegado hasta aquí. También. Y, entre otros, los rombos de este maquillaje, los carapachos deshabitados de los moluscos. Además, las dunas (cepillos) emergen con sus greñas para acostarse hacia la luz. Una sábana se tiende sobre el gris para instalarse en la quietud. Y sin embargo, la luminosidad se dispersa en un saqueo de brillos. Un paraguas de múltiples arcos.

A lo lejos, un hombre parece jalonear el agua con una vara. Como mil veces (interminable) se eriza el momento. Se multiplica el agua. Ayer, como hoy, esto parece repetirse. Se levanta, desde la otra punta de la playa, un vientecillo. Las nubes se cierran. Y sobre todo esto llueve, incesante, con esa confidencialidad que tiene lo innombrable.

jueves, 10 de marzo de 2011

Marranas 19

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La duda sobre si en lo inerrante recupero esa parcialidad por
La vida. ¿Será que pertenece a una lucidez in extremis?



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Se asoma el trino con la reputación de hacer varios agujeros
Debajo de las condiciones yuxtapuestas del invierno en marzo.



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Y nace del margal, cabeza de sapo, la sustancia. Calabacino,
Un amarillo me ciega cuando despierto intranquilo.



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Es una mañana donde tengo el sabor del rabazuz escondido.
La sacra tendencia de las raíces de mantenerme a discreta distancia.



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Nauseabundo. A pesar que la sección del mapamundi
Sigue puesta del tal modo que aparenta haber sido corregida.



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En el enciso, la luna plaga de grillos. La noche está inconsciente.
Por la mañana saldrá a pacer, orgullosa, la oveja negra.



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Semejante al albaricoque, tolero sobre la piel una ración de sol.
Si viene del sur, me valdrá para oír como rehíla el placer.



#
Y la risa la pone de tal manera que puede tejer en el rizoma
Un estadio de seriedad y una larga lista de contratos violados.

miércoles, 9 de marzo de 2011

Sirenas y espárragos

8 de marzo y 2011


La sirena de Starbuck tiene dos colas por dos piernas y el ombligo de Shakira. El pelo le cae sobre los senos y entre las axilas en una marejada alta de torceduras que ondulan hasta la cintura. Una diadema con una estrella solitaria en su cúspide la corona. El fondo negro con el TM (Trade Mark) contiene las almas perdidas de los marineros del Pacífico. Un golpe de claroscuro. Sujeta un aniversario de una molienda especial en una vitola que parece estar llena de sotavento. Su rostro pertenece a 1598. Un sujeto de El Greco. Al borde de lo andrógeno, su manierismo retiene la posibilidad del desplace entre los mundos. ¿Vuela o nada? Y. O. Puede sentarse en una borda y coletear coqueta. Aquí cuelga en un cuadro en la calle Washington, en Hoboken, lejos de toda seducción acuática.

A su lado, también con un TM, aparece una foto casi tirada al azar. Ahí los ladrillos superiores del arco, sería un pequeño túnel, que lleva al patio donde está la ventana desde donde Romeo enamoraba a la Julieta. Todo eso lo intuimos porque en el centro aparece en letras blancas Caffé Verona.

En el Caffé Verona, Francesca, un Botticelli salido de un cartucho blanquísimo, tiene la mirada que todo lo intuye, la profundidad que invita al ahogado. Juega con el borde de la taza. El otro lado de la mesa. El borde del mantel. Un mar negro. Ojos para que lo deje todo. Valpolicella a tus pies, me dice. Bach. La sonata para violín # 4 en C menor le tiembla en los labios. Cómo olvidarme. Tengo que agarrarme al mástil del café. Y lo tengo claro. Color de su blusa. El momento que ponga pie fuera del Caffé Verona nada volverá a ser igual.

Una vez afuera, la luz, como la de hoy, me disuelve.

De vuelta al valle de Valpolicella, me dice al oído: ¿dónde volverás a ver los espárragos crecer con tanta delicadeza? (2001)

lunes, 7 de marzo de 2011

Rubato (un inútil aliento a luz)

7 de marzo y 2011


El Hudson se abre en láminas de aluminio. Dos cargueros se arman de esas cosas muertas que están contra el cielo. La inmovilidad, a pesar que este viento es un marzo entregado a su filistea luminosidad, me estira el paso. ¿Será que me desplaza sin que yo tenga que estar? Algo adentro campanea y me lleva rastreando por los Palisades la embolia del café.

En el Starbuck de Barnes & Noble, lo que se me acelera termina en una confusión frente a una revista de relojes. Por 10,800 dólares me puedo comprar un Zenith, El Primero. Bum. Un niño ha tirado al piso una taza de café. La madre abre las caderas en el piso. Y limpia. Lo que pasa aquí se expande en un rubato. Y su velocidad no concreta. Se me abre un péndulo bachiano donde, encima, respira Glenn Gould. Qué maravilla las partitas.

No leo nada. Lo que veo por la vidriera tiene un inútil aliento a luz. Me lo voy a decir otra vez. Un inútil aliento a luz.

domingo, 6 de marzo de 2011

sábado, 5 de marzo de 2011

Marrana 18

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La vitamínica. Las carrocerías de un cuerpo atienden lo innombrable.
Son pugnas o no. Es como esta tarde cálida de marzo.


#
Cuando se toca el mentón no sabe qué hacer con el anillo frágil. Le
Ha dado vuelta desde que se levantó con esa fuerte jaqueca.


#
Se pone un colirio para ver mejor. En fin, un contacto
Color rosa. Y otro que imita los ojos de una gata angora.


#
Cosas para quedarse con un duelo en otra parte. Contraponen las pieles.
El resto del búfalo ha quedado fulminado por un rayo.


#
Levanta el viento las faldas de esta tarde. Las ramas insisten en querer
Saludar algo que se está por decir. Para qué entrometerse.


#
Dócil abstracto la carta del vino. Hay varias tangentes que surcan
Y abrevian el tenor de las dulzuras. Otrora ausencia.


#
Metáfora de una sola rueda. En la oscuridad Louise Brooks
Bebe de su copa y me mira a los ojos. Vaya silencio.


#
La cordura y el cordero. El blanco en la superficie.
Se despierta el carnicero entre sábanas frescas.

viernes, 4 de marzo de 2011

La galaxia del linóleo

4 de marzo y 2011

El colchón.

Me bato con el borde del colchón hasta poner los pies en el infinito. Coño, el frío del linóleo. Un patrón de cuadros que son una galaxia. La miro fijamente sin encender la luz. Lo que entra por la ventana es un caso desmadejado de penumbra. Qué agujero.

La cocina.

Enciendo la luz. Los libros. Los libros en la mesa. Los libros en el piso en columnas. La biblia de púlpito le ha caído encima a una rata. Reina-Valera, 1960. Quince libras. La vieja y efectiva trampa ha funcionado. Una menos que no rondará por el diario intermitente.

El baño.

Donde mismo dejé las amapolas de la cortina de la ducha comienza a permearse una mancha oscura. Me da terror bañarme y regresar al patio de la casa. La casa. Hoy no puedo con mi infancia. Prefiero halar la palanca del inodoro y ver el efecto Coriolis. En un minuto y cuarenta y cinco segundos se llena el tanque.

Regreso a la cocina.

Levanto la biblia. Levanto por el rabo a la rata aplastada. Tendré que sacar la basura antes de mañana. Abro la biblia al azar, como cuando niño, y leo el primer versículo bajo el dedo. “Mas Jehová hirió al rey con lepra, y estuvo leproso hasta el día de su muerte, y habitó en casa separada, y Jotam hijo del rey tenía el cargo del palacio, gobernando al pueblo.” 2 de Reyes, versículo 5. Cojones.

Regreso al colchón.

No hay quien pueda contra el abstracto de esta galaxia. Debería regresar a la cocina y buscar otro versículo al azar. Debería cambiar este linóleo. Me pongo a contar las constelaciones. Voy por 5. Es complicadísimo armarlas y después poder discernir todo el sistema. Aquí las nombro en lo que me pongo los calcetines: La Gran Amapola, El Temple del Perro, Añicos y Perjurios, La Siesta, La Gata Rafaela.

jueves, 3 de marzo de 2011

miércoles, 2 de marzo de 2011

En la oficina de Dr. O

2 de marzo y el 2011


Hace un momento oí un ruido. Lo voy a describir, pero lo que sale es otra cosa. La ración pendiente de las hojas que caerán. Eso es lo que sale ahora, después que el ruido se diluye detrás de la puerta y parece que hay un radio que busca encontrarse en onda corta.

Él (Otorrinolaringólogo). Me introduce un aparato en el canal auditivo. Dr. O me hace varias preguntas ¿Colecciona ruidos? ¿Quién era el que guardaba silencios en pequeños trozos de cintas? Me quiero preguntar si verá lo que he oído. ¿Me delatarán los ruidos que he escuchado? ¿Cuán larga será la cinta magnetofónica que llevamos dentro? La cinta la hemos reemplazado por un “chip.” Me parece un tipo simpático aunque su sentido del humor no acopla con todos los aparatos anticuados que cuelgan de esta oficina. ¿Qué pasa si se moja el chip?

Tiene que ser el caracol. Le hago un rápido relato. Me zambullo y lo saco de las profundidades. La parte interior es una espiral rosada y suave, parece un sexo indefinido, gigante. Después acerco el oído y se mete el mar. Un mar abismal. A veces tan cerca que rompe en un gusano blanco contra la costa. Y yo estoy ahí, parado, casi feliz.

Dr. O me desmiente. Estoy cansado. Asegura.

Él (Otorrinolaringólogo) tiene las cejas blancas. Un puercoespín.

Escúcheme bien. Váyase al mar unos días. ¿Ha estado en Cape May? Le hará bien.

Detrás de la puerta otra vez el resumen del invierno, que también sabe guardar sonidos, ahora resuelto, resbaladizo, asociado, penetra con sus ángulos en marzo con una condición. Creo oir “no volverá.”