martes, 26 de septiembre de 2017

En el eje de esta tarde


Prospero llamando a Ariel (William Young Ottley)


En el eje de esta tarde, el enfoque de los maestros ante sus clases escinde la propuesta de la vitamina C ante el color deslizable dentro de las pantallas de los teléfonos. Una serie de impactos, fricciones, nébulas y ansiolíticos, se alojan cuando en medio de esta tarde suenan las puertas que se cierran, y, dentro, en un libro de lectura saturada, expira un epónimo. Medir o yacer/ o tal vez lo duplicado con la mano: ese aire sobre una seña requiere que los hijos de los hijos comiencen a entender lo inaccesible que deber ser ver colgar las frutas de un árbol, lo lejano de un campo de spaghetti, o el color sublime de un jardín sembrado de euros. Allí también cabe asumir rubor y presencia, como debe ser en medio de esta tarde, sobre la barba donde Próspero sintiera, pliego, joroba, fragua del espejo en la tormenta - simple como taciturna condición- una lejanísima erección hacia el infinito de los tiempos. 

miércoles, 20 de septiembre de 2017

Marranas 53



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La pinza jalando las cejas, y a la romera en el único punto donde canta La Ironía. Y en sus grandes ojos una pareja de cónicos estados de belleza.

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La belleza y la jardinería. Y la hilacha de una hoja (temblor) ante la jáquima de un viento desde el patio del vecino.

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Noruego. Lo había pensado. Bicarbonato y las explosivas y diluyentes compresiones del estómago de un hombre rumiante.

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Cabrón. Igual al pozo donde se ahogó el hijo de Beba. El mismo día que salió a buscarle leche y se encontró con su amante, y a quien le compró arroz en el justo momento de la caída. 
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La separación de las letras, como el amor -dijo alguien en medio de un ataque de asma- es una libra de arroz sin pesar todavía. 

miércoles, 13 de septiembre de 2017

La Vecina

Fernando Botero

Qué hubo con La Vecina y su aparato de raros estampidos debajo de la vibración del huevo frito a las siete de la mañana entre cada rendija pidiendo sal, o, mejor, qué hubo con las mañas de quien batalla el polvo en las esquinas de las paredes en busca de un infierno esterilizado y

La Vecina, a brochazos butíricos cada kilo al balancearse, escalera abajo con una sonrisa polisémica camino al trabajo, al borde del pico de una rapiña, casi sin ganas bajo sus inmensas grasas, educada, medida, cortés y despaciosa, saluda.

Y afuera. Cuando quiere llegar a los sitios, ininterrumpido ascenso, tarde o temprano, más bien se sienta, y se asegura que no sea posadera de plástico o color blanco el plástico o un respalde que ceda. Y seguidamente se le nota que hubiera cruzado, suspiro y mirada, la pierna derecha sobre la rodilla izquierda. Pero, hace ya más de una década cuando podía mirarse los tacones. Los negros favoreciéndola. Los calcetines finísimos.

Y sus compañeros la admiran. Ella y los demás están casi seguros que la respetan. La llaman por su apodo. Porque es cariñosa y sin caprichos, le ha explicado la que trabaja detrás de ella, la que tiene un hijo en el ejército, y se cambia los tacones por unos tenis antes de irse a casa. Y le asegura, Que ella (La Vecina) no exagera nada, que no recorta, que no se entromete. Y se lo profesan con la más afable levedad de una póliza a pesar que nadie la invita y a nada la invitan. 

martes, 12 de septiembre de 2017

Entre el grosor y las carreteras


Medowlands, New Jersey

Entre el grosor y las carreteras, y donde aparenta la bandada de gansos canadienses caer, las arritmias de los herbazales de Rutherford se eclipsan por los rodeos entre los almacenes, y el sol que se inclina. Las juntas de lagunas y venas tras el verde en los pantanos entran en el tejido del zumbido. Y en estado flor el humo de una torre se disuelve. Azul anillo, azul. El día trocado frota su lámpara en las carreteras. 

lunes, 11 de septiembre de 2017

Las aguas

Antonio Vidal Fernandez

Las aguas. Por el baño aparecen las piedras, esquilado un deber en los derrames al lado del envejecido jabón, ese oscurecer de múltiples y angostos movimientos cuando un punto se aleja, y no es más que aguas cayendo, Adornos en vez del viento que afuera azota, Una mirada compulsiva de globo motriz la finca longitudinal en el cuerpo de la cascada, Y que, Como un puro desconcierto, se aleja cuando cercanos a la piel se abren paso los facundos, Y de repente, se envuelve en la forma dura y abierta del grumo antes que acrezca lo seco.