viernes, 27 de enero de 2012

Nube


27 de enero y el 2012
Nube. Péname tanto este contenedor. El movedizo intervalo que de mi piel al polvo hace un ejercicio de inútil diario. Enmudezco en lo que tú y yo pasamos por estas quincenas. Por ejemplo. Vivir fuyente y aparecer junto a un florero con rombos en un hotel. Y.O. Dentro de un Kandinsky sin azafrán. Como en las fotos. Donde los hijos nos reemplazan con sus rostros y cansancios.  
Sí. Péname. Donde palpo y no encuentro. Cuando retengo y lo único que sale es esto. Una inexplicable tos. Tu nombre tus pechos el olor de tu abrigo el sabor de tu lengua que por el cielo pasa.

miércoles, 25 de enero de 2012

Chopera del Ebro


25 de enero o el 2012


A Txiki
Un remolino. Una talanquera de luz se extravía lejos de la contrariedad del viento. El hueco de su rumor estiba por las yerbas en ligerísimo caos hacia El Ebro. A la vista es la cabellera de lo dormido. La simpleza. El campo con sus escondites. Los trinos brotan desde la placenta verde (marrón) y se encaraman en el fondo. Dan tono ahora que los nubarrones entran con sus barrigas desperdigadas haciendo sombras. Y el horizonte enfría la escala marítima del cielo y los cruces de las estradas que van y vienen por condición del cansancio. Es que desaparece lo inmóvil ante la anticipación. Abanico que despeja. Se reclina en un gran oído y lo indistinguible pasa a ser un sabor a metal en el aire, una pequeña ceguera. De momento, se voltean las hojas. Y la chopera se agita.

sábado, 21 de enero de 2012

La manito china




21 de enero del 2012



Me rasco toda la noche con la manito china. El prurito me ataca en el centro inaccesible de la espalda. Ese poro donde se acumulan sustos y coincidencias, intuiciones, espacios e inexplicables momentos. Y que en ciertas noches, se revuelca contra las arrugas de las sábanas como si se asfixiara. Como si, contra las telas, la ceguera le comiera las entrañas y quisiera abrirse como un cráter para engullirme. Entonces pica que pica. Y toda la noche avanza con sus sueños y pesadillas en un coro mordaz. Se escurre entre sus glissandos internos y me hace agonizar. Torcerme.

Esta noche. Me zambullo de mi vejiga al fondo de una piscina donde aguanto la respiración, y en ese momento decisivo, cuando busco oxígeno, se me concentra, en el poro de la espalda, la mirada de alguien, las gotas de sudor de Song o el vagón de la voz de Canetti en los intestinos de Manga, una esquina de Barcelona, una tuna en Santiago de Compostela donde uno de sus miembros tiene una boina inmensa, las piernas Iddy. O. Y. Las viñetas que le escribía a Nube, la tarde que perdí dos papalotes. Es una cadena interminable de la asfixia. Parece que encuentra otras (zonas) que se me han escapado. Porque a veces, cuando menos me lo espero, me giro de repente con la certidumbre que algo está por suceder a mis espaldas, que alguien me está por llamar. O. Y. Que detrás, una comedia se ha armado y yo no soy parte de ese andamio, y lejos de todo, estoy todavía por nacer. Entonces pica que pica. Voraz. Escabroso. Tenaz el poro. Después, lo único que lo alivia es la manito china. La acerco con cuidado, froto al alrededor (despacito) sus bordes, y disfruto el alivio. Hasta que me vuelvo a dormir.

viernes, 20 de enero de 2012

Iddy y la enredadera


20 de enero de 2012

Iddy le puso cascada. Armó y trenzó las hojas entre verdes y blancos y le puso una ventana. Cristal para la transparencia. Pa’que la luz sea un paquete de lo bello en sus enredos. Y le buscó un jarrón simple. Que no reste. Ni multiplique. Brevedad. Quiso que, a lo sumo, resplandeciera en su totalidad y allí creciera bajo nuestra mirada. Mirando al estacionamiento del patio de la escuela. Y contemplando esos ladrillos contados y recontados desde la primera primavera que abrimos esta ventana. Porque después que cortaran el moral y quedara el espacio como una calvicie, le persiguió las ganas de algo en la pared. Y le pasó la mano. Dejó que yo fuera testigo de sus uñas brotar entre las hojas. Le concertó los tallos para que hubiera altivez y orden. Como una peineta goyesca. Así de hermoso el momento cuando le puso cascada. Y cuando abrió la ventana y se mecieron las hojas con la satisfacción de un corazón. La iluminada cara de Iddy. Se sentó en el alféizar como en un séptimo día. Una pierna colgándole.

jueves, 19 de enero de 2012

Un ganso en una isla remota



19 de enero del 2012
Collares espumosos. La tarde ensarta cervezas. El líquido que sujeta a la tarde separa al viento, al color subterráneo del azul cuando se balancea en el oeste, a la gasolinera con letras rojas, al ramaje inquietado por los 50 kms por hora de una fuerza omnipresente y su convite, al cartel en la ventana de Andys’ Corner Bar que hacia adentro dice CLOSED, y a Sherbine, al lado de la ventana, metido en su ordenador en un poema de la franela.
Cuando me lo lee, salpica con el brazo algo tan lejano a él que no sé si pensar en un niño bautista o en un futuro asesino en serie. Un cazador. O. Y. Ese tipo soltero que tiene el don de alejarse de lo sentimental como un domingo de pavos salvajes. En algún sitio del poema me lo recuerda. Que meter las manos en el bolsillo es una espera para acariciar el gatillo de la escopeta. Después me pone el poema enfrente. Enumera, entre comas y versos, una serie de condiciones para comprar esa camisa de cuadros amplios y donde aparece, bajo luz fría y piso de cemento, un establecimiento que ofrece botas con puntas de acero. Y luego, para rematar, en forma de pregunta, regresa al material de la franela, a la mano de obra, a lo táctil, a la imprescindible capacidad de resistir el chisporroteo de una fogata.
(Sherbine) Blue Point Toxic Sludge. (Yo) Goose Island IPA. La tarde ensartada. ¿Paco Rabanne? No sabe quién es. Después quiere entender lo del festín de El Jardín del Edén. Le sobresaltan los desfiles donde los cuerpos son una mera percha ante las posibilidades y la transformación. Casi acongojado, la voz grave, Sherbine explica cuán tóxico es el utilitarismo de la franela. Y se le tuerce la risa con el vaso en la zurda. Las cortezas de Rabanne no son vestiduras, sino el anhelo de añadirle al cuerpo. Le vuelve a reinventar una exterioridad intercambiable, divertida y natural, y que por necesidad, parte vía lo telúrico. Sherbine eructa. No es una cuestión futurista ni mucho menos. Le digo. Es borrachera de los titanes. Valor estático. No hay más. Me mira como si hubiera descubierto algo en mi oreja derecha. ¿Cómo un ganso en una isla remota? Sí, como un ganso en una isla remota.

miércoles, 18 de enero de 2012

Apuntes sobre Paco Rabanne (arquitecto edénico)

18 y enero del 2012

1) No cabe dudas que Paco Rabanne, a la par del sueño, es un arquitecto edénico.  
2) El ornamento disipa toda contrariedad, pero el nylon rescata lo que le faltó al barroco.
3) Hace de las escamas un ajuste para las coordenadas del averno.
4) Cuelga su perchero con la naturalidad de la anatomía genésica.
5) Y no se debe pensar que desplaza o inventa. El germen está  en su liquidez plástica. Revisión de El Tigris y El Éufrates.
 6) La amputación (prótesis) es belleza estándar. Argumentos para el desnudo. O. Y. La forma.
7) Arrasador cuando el contorno se verbaliza hacia el silencio total de los dioses.
8) El metal no sustituye al frívolo estado de una anarquía de inteligencias. Así tienen que ser los tejidos.
9) Paco defiende al ojo sin espectáculo. Sin codicia. El desacierto es pureza en el talle. Fantasía. Detalle.
10) Siempre le pareció que la geometría debía (ser el sitio donde nos movemos insospechables y sin argumentos).
11) Pero valga la duda ya explicada. Acá no. El mundo acá es un reflejo. Centelleo. Sin futuro.
12)  Cruzó Pasajes. Superó el muaré. Pero se detuvo en la serpiente. Nice.
 13) Es más sensual un Paco estado de reverencia Rabanne, por lo estático (¿estético?), que un bailaíto (rumbero) de lo inútil.
14)  Nada ni nadie me convence que Paco es útil. Nonetheless.
15) La feminidad abre los ojos al borde de la extinción.
16)  Su invitación siempre ha sido lo mejor de El Jardín del Edén.

martes, 17 de enero de 2012

A Heitor Villa-Lobos (Bachianas Brasileiras No. 1)



17 de enero de 2012


Embolada (Introduction)
La caja. Saco. De gazas blancas las palmeras. Un trueque interminable de verdes se cruza en divisiones y multiplicaciones. Poros. ¿Qué es lo que mecen en el aire? Una incierta cabellera me enzarza por costas casi olvidadas.

Modinha (Prélude)
Una trocha espesa se me agolpa como basso continuo. Busco (aturdido) por la ventana acertar sobre el verde. Todo lo que hay es un Jeep color picea glauca. Delante, un Toyota (blanco) mojado por la lluvia de esta tarde.

Conversa (Fugue)
Se trepa en el lagarto de su coliflor esta memoria en rosca. Me mira desde una caja de Arturo Fuente. Da un salto y cae en la luz roja del semáforo. Luz amarilla. Casi frena al olor de la caoba. Y. O. Lo que veo es un extensísimo cocal detenerse.  

lunes, 16 de enero de 2012

Marranas 36



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Una nueva evidencia trae a la luz que cayó bocarriba. No hubo testigos ni declaraciones en contra. Se evaluará la opinión que podría estar preñada porque abrió las piernas involuntariamente.

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Incurable. La imagen de los cuerpos dóciles se interiorizan hacia la hipoclorhidria.
Un par de huevos (hervidos) flotan todavía y el espacio negativo de los pechos de una tailandesa.

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Plantea que recurrirá a las absoluciones del arte naif. Se ha sentado para imaginarse un nasardo en decisetena. Acaricia el nácar de las teclas como el niño que mete el dedo en la misma burla. Miniminimánimo negras o blancas.

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Si fuese culpable por hablar. O.Y. Cantar de un cancioneril estrofas de himnos nacionales. No. Lo tienen ahí lleno de genitales. Perplejo y pornográfico. Hecho todo un ex fumador. Sigue algunos regímenes saludables. Un libro de vez en vez.

domingo, 15 de enero de 2012

Estrada de la melancolía





15 de enero y el 2012

Doblo la esquina de la 36 y La Avenida Bergenline. Estrada de la melancolía. Unos zumos penetran desde las tapias de los restaurantes y no dejan de vagar por las calles. Pero aquí, en ésta, algo diferente se remite a otras sustancias. El color de un mercado que no tiene todavía nombre, y si lo tuvo, recorre su gentío por una descoloración (remotísima). Ya sea por invento o sotavento. O. Y. Absorbencia. Un transborde se cuela hasta los tuétanos cuando aquí (adentro) quiere reaparecer un carretel de ligas y madejas. Cartabones y compases. Y lo que quiero se me hace incomprensible. Me tira de un lazo la mirada y quisiera llamarme como uno de esos letreros (expuesto) a la vista de todos. Colgado al viento, a la luz, a la lluvia.

Se me ha olvidado ponerme la boina. Y no sé cómo me veo. Algo por dentro de los sesos se expande sin que pueda verme el rostro al pasar frente a las galerías. Y como han recién abierto una peletería entro y me pruebo una chaqueta. El vendedor, un hombre con cara de adolescente, me pregunta cómo me llamo y no me atrevo a decirle mi nombre. Titubeo. Me siento desnudo ante la pregunta. Y salgo contrariado. Sin saber por qué la duda ante las letras de mi nombre.

En otra esquina estoy convencido que algo está roto. Sé que algo está roto porque no quiero cambiar el hecho que me siento mal. Entre este gentío, La Parálisis se aprovecha y prefiere pararse a mi lado y silbar. La miro un par de veces y se encoje. Espera que yo cruce a la joyería del árabe para seguirme. Se queda en la vidriera, afuera, esperando, en lo que entro a mirar los relojes. Allí está, toda brillosa, a la luz de La Avenida como si tuviera que recordarme, a pesar de su lenta glaucoma, lo que necesito ver.

Mohamed me presenta un Baume Mercier del 63. Automático. Stainless steel. Después de observarlo con detenimiento es evidente que alguien lo ha violado. Le han reacondicionado la esfera de negro. Pero no le digo nada. Me gusta la pulsera Champion de acero níquel tejida en eslabones de sorprendente dentadura. Jamás hablamos de precio. Sin embargo, me asalta la certidumbre, cuando miro el reloj entre sus elegantes manos, que Mohamed no se recuerda que le sucedió en el 63. Yo lo que recuerdo es una calle con socavones y zanjas recién cavadas. Y una casa donde el piso es de tierra. Detrás hay un patio oscuro con una amapola en flor. No quiero pensar que sea un sueño ni que es de noche. No lo es. Mi cuarto lo veo a la izquierda. Mami sale y entra buscando sus zapatos de tacones altos. Me mira como si yo los hubiera escondido. Óscar, ¿los has visto? Si levanto la vista desde el piso, en la pared, hay una pizarra negra. En ella está escrita el abecedario en inglés ei bi si di i eff, y debajo la suma de 12 + 3 + 6 + 9. Le comento a Mohamed que los relojes con números arábicos tienden a computar raras casualidades en sus opuestos. Me sonríe. Espera que diga algo más, pero ya yo no sé que añadirle a la conversación. Antes de guardar el reloj, mira a través de la vidriera hacia La Avenida Bergenline. ¿Habrá recordado algo que no se atreve a pronunciar? Le sigo la mirada y busco La Parálisis que debe estar esperando bajo la luz de la calle. Pero ya no está. Parece que se ha ido a dar una vuelta.

jueves, 12 de enero de 2012

Jueves de lluvia

 
12 de enero del 2012
Cuando me levanto me percato que ayer te lo podría haber dicho de otra manera. Cuando quiero sacar del armario esas formas en la que te pronuncias sobre las cosas lo mejor es que calle. Me fastidia el confesionario. Te voy a poner del lado de los marcos vacíos que tengo contra la pared. O. En el escaparate donde tengo la tacita Limoges color Luis XV. Te lo prometo. O. Me sentiría más a salvo si te disolvieras en el desorden de mis cuentas delincuentes. Si te extraviaras en los CD que tienen música equivocada. Camarón por Bach. Bach por Agustín Lara. Una novela de António Lobo Antunes encima de todos.
Afuera la lluvia arremete. Una rabia que no comprendo. En la parada del autobús se mete por todos lados. Se restriega contra los vidrios. Contra el rojo azorado de las luces de los automóviles sale un panal de ojitos llorosos. Collares de ráfagas heladas se disuelven hasta llegar al semáforo. Después, según avanza la mañana, me da la sensación que paso por un estado de total suspensión. La misma gente en el autobús. Las mismas conversaciones. Nueva Jersey partida en su parsimonia industrial. Y Hoy no me sale de los cojones cerrar los ojos. Oigo más el agua herida que lo que quisiera ver. El gorro blanco, tejido en China, de la señora sentada frente a mí.
Cuando me bajo del 167 el viento sopla trastornado. Sin dirección. A las 7 y 24 la luz se filtra pareja y desciende ámbar. A mitad de cuadra paro. La maravilla. Todo alrededor se ha transformado en un nítido espectáculo de tonos amarillentos. Los troncos de los robles, sus copas, y lo alto, las fachadas de las casas y la hierba, el zigzag de los postes eléctricos, los autos, el asfalto, mi abrigo, la ardilla que sorprendida me mira. Hasta La Parálisis ha abierto su boca y se me ha enroscado en el oído. Quiero oírme decir algo. Pero nada me sale.

miércoles, 11 de enero de 2012

Desenredo la nabla


11 de enero de 2012
Desenredo la nabla. (Dos) mis manos son menos () esta racha salina donde ayer tu cabellera. Hoy un sancocho atragantado de viejos deseos. Mis añejos carcomidos. Malcortes que voy tumbando como si el hacha musical pudiera ponértela otra vez en los labios. Tú sabes. Sabes que prefiero mentir cada vez que puedo sacarme los restos de amores moribundos y los pongo en la cuerda (tensa) donde tu fémur parece quebrarse fácilmente. Y sentir que algo se musicaliza allá dentro. En algún sitio perdido de este apartamento a la deriva. Que a lo sumo, encontrar en la lectura de hoy esa nota rancia, me toca el sobresalto. El olor (el trazo) a grasa de tu cabellera. Y te juro que, mientras te escribo esto, me embarga un sueño incontrolable. A penas puedo abrir los ojos. A penas puedo decirte lo que quise.  

martes, 10 de enero de 2012

Martes de luna




10 de enero y el 2012
Es un agrio el blanco cuando levanto la vista a las 6:45 a.m. en la parada del autobús y ahí la luna. Quiero buscar otra cosa en la cara de alguien que se exceda, la mire y la rechace. El hombrecito del canal 2 vaticinó a las 6:15 a.m. que podríamos ser víctimas de ese aro. Es un aro por donde uno puede saltar y como los perritos del circo caer al vacío. Y se le ocurrió decir que hay tantas canciones a la luna que sería prudente no recordarlas. Tarareó Moon River. Eso me gustó. Cuando regresé al colchón había una cámara fijada en la pantalla que la recogía en su falso cielo. Estaba manchada por una nube pasajera.
Y las cosas pueden ser así. Te la ponen fácil. Se alimenta una imagen que se descuelga y entra en la vacuidad. Y eso fue exactamente lo que me pasó. Quedé ahí sentado en el colchón frente la pantalla. Calcetín en mano. Semidesnudo. Ya me ha sucedido con otras cosas. Se vacían y luego me cuesta muchísimo incorporarlas, darles cuerpo y pena. Por ejemplo, hoy las temperaturas llegarán a unas máximas de 48 grados F y unas mínimas de 28 F. Lo dice el hombrecito con acierto. Apunto si hay varias temperaturas. Si cada una defiende su territorio con un número. ¿Qué sucede cuando se cansan. Se pasan al otro lado como un balón? O. Y. Si hay una única y exclusiva temperatura que se contrae durante el día y es confundida con muchas. Caigo en esas trampas cuando cierro la puerta.
Secaucus. La llanura industrial. Las fumarolas de Rutherford. Desde el autobús podría verla acechando el Turnpike de Nueva Jersey. Esa pantera la conozco bien. Esta vez me niego. Cierro los ojos, y a cambio se me aparecen dos lunas. La de Borges y MacLeish. Y es así, ambas están hechas de palabras. No hago ningún esfuerzo. Yo nunca recuerdo los versos de nadie.  

lunes, 9 de enero de 2012

La presa


9 de enero del 2012
Azuza que azuza. La lucidez de la llama. Hombres de montería. El lado concentrado del silencio procura de carne a carne y especula su parapeto. Se levanta el fuego. Círculo alumbrador. Se intensifica sobre el oxígeno nocturno la jugosidad carnívora. Se asoma la fragilidad de la silueta. Punta del aroma su memoria. La cabeza de la bestia abrevia el tiempo. Su entrada está tallada en su retorno. Y allí, el crascitar y la chispa se esconden en lo prodigioso de la forma. La belleza se ovilla en un infacundo sacrificio.  

sábado, 7 de enero de 2012

El ropavejero




7 de enero y el 2012

El ropavejero es una república de juanes y juanas anecdotizados. Una pista de corpiños, falsos, dobladillos, trabillas. Una sin razón cuando el añoro se traga el hálito de un dueño, un broche que se abre y cierra sobre la espalda y crea su propia caparazón y delata la luz de un nuevo cuerpo. Se adentra para apretar como un cinturón de charol. Es una propuesta a la que se le hace un gesto político aunque ahí la ropa se amontone y se ausente de la gente. El ropavejero lo sabe. Le sobra paciencia.

Fechorías. Porquerías de deseos que lleva metido en viejas telas, en las metamaterias y el nylon. El detritus de las cuerdas zurcen en blanco y negro entre las verijas de las niñas. Que jalar a gusto el cordel entre las labias le hace pasar las horas en abandono. Ruptura. Humedad. Lo que piensa enemistar antes de remendar los huecos innecesarios del olor. Silbar con fuerza en lo que la gente pasa y él disimula. Y se lleva un blúmer a los labios antes de promover otra prenda. Se entrega ante su contundente forma.

Desde anoche el desecho. Los pulgueros y la paciencia. Las instancias donde el abrigo que fue de fulano se confunde con un cuerpo inexistente. La espalda de un conocido lejano. Ya las mangas y los cuellos y (él) los botones que se ciernen sobre el indulto físico y se atan a la mandrágora de otro tiempo. Y alguien le deja de observar, por fin, porque es necesario guardar el orden. Es obvio que esto no va más allá y que aquí se queda. Solitario. Derrumbado. La verdadera forma del vacío.

viernes, 6 de enero de 2012

Melchor, Gaspar y Baltazar


6 de enero y el 2012
Inicuo. La palabra me acompaña en el tramo de la 167. Sin fondo. Sin peso. En Andy’s Corner Bar, después de balbucear mis saludos, Tony Bennett canta en las intersecciones de las conversaciones. ¿Qué canta? Y creo ver a Inicuo. Una barba esquivada, la bufanda en un lazo escolar y una gorra griega (negra). Qué alza en los espejos la palabra. Inicuo. Las mesas están vacías. Los que estamos nos encorvamos sobre el bar y le hacemos las querencias circulares a los vasos. Y la conversación zarpa lejos. Me conformo con escuchar a John reírse de sus propios aciertos. Habla para reírse de su inteligencia. George lo escucha con la nariz roja. Es un hombre que lleva en las manos una impaciencia casi pueril.  George mira por la ventana hacia la estación de gasolina. Sé que la tarde a mis espaldas se ha anclado verdosa y fría. Ha levantado un viento molesto. Pero no le digo nada. George comenta que han subido la gasolina. No contesto. Nadie tiene ganas de hablar de precios. John es el único que arremete contra algo que le contrae la cara. Ahora parece un tomate podrido. Me mira para hacerme cómplice, pero ya yo he escuchado la palabra Inicuo en algún escondrijo del bar. Creo haberla oído desde el otro lado donde están sentados Rich y Sherbine. Tiene que ser. Después de dos stouts me voy por las amarguras de un IPA. Sixpoints. Bajo la mirada y paro de pensar.
¿Pensar es una imagen? Qué coño digo. La biblia la llevo en la mano. Tiene una cremallera. Tiene que ser domingo porque voy detrás de mi familia subiendo por una calle estrecha y sin tránsito. Mi hermana calza unas zapatillas blancas. Mis padres caminan juntos. Caminamos despacio. Después estoy sentado en el banco de una iglesia. Tengo puesto unos pantalones verdes. La biblia tiene los bordes de las hojas teñidos de rojo. Y tengo subrayados en lápiz muchos versículos. La pianista se recrea en una pieza que juro tiene que ser Bach. El espacio huele mustio, agradable. Hay una amplitud íntima donde la luz entra por los ventanales y rebota en los barnices, en el mármol del piso. El ruido de la enramada irrumpe como un eco impertinente y violador. Los motores desaceleran y aceleran. La gente se oye pasar muy lejos. También se oye en el techo tres grandes ventiladores que reman como pescadores frustrados en un anchísimo mar. Pero yo pienso Melchor, Gaspar y Baltazar. Abro la biblia al azar. Cierro los ojos y apunto a un versículo con el índice. Y creo que leo. Vuelvo a cerrar los ojos y paro de pensar.

jueves, 5 de enero de 2012

Bellissima



5 de enero y el 2012
En la pared, a mi derecha, cuelga un afiche de la película Bellissima (LuchinoVisconti). Acuarela. Los labios rojos de la Magnani se aprietan contra la cara de una niña que parece evadirla. La mano derecha de la mujer envuelve a la niña. Parece querer retener o proteger algo que está ya al descubierto. Es un afiche agónico. A la Magnani le cruza un brillo de luz por el cuello. La niña mira (recelosa) en dirección al ventanal como si la amargura la jalara. Es una de esas miradas que siempre he temido.
El brillo entra por las ventanas que tengo frente a mí. Desde aquí, el intrincado tejido de los árboles desnudos me recuerda las orillas definidas de los pantanos. Excepto que aquí estoy en un tercer piso sentado en una mesa y el cielo tiene un azul pálido y las nubes son un brochazo denso que se pierde entre las ramas.
Delante de mí hay tres mesas vacías hasta las ventanas. Cada una tiene 3 sillas. La luz también se refleja en las mesas. Si pudiera no me levantaría de aquí.

miércoles, 4 de enero de 2012

Marranas 35



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Frankenstein se compró una sierra. El ruido de carnes y huesos al quebranto. Los líquidos en brotes. Un reguero de mierdas y tripas. Para luego zurcirse como si nada hubiera pasado.

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Si desde cuando entró hasta que salió transcurrió un hito de repugnancias y engordes, y la cafetera hirvió hasta habitar un olor a borra quemada ¿cuánto, supuso, tendría ella que pesar después que se zafara la braga de tantos vapores?

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Después de enemas y estrategias para mantener a raya la certidumbre, revocó su licencia por el disgusto y la malicia. Simplemente le dio rienda suelta a la alevosía. Publicó unos viejos poemas y se los leyó a lémures y amigos.

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No era lo quería. Se convenció que aquello podría tener un vago olor a lo que quería. Y como el aroma incitado le prendía una vieja imagen erótica, lo pidió. No obstante tuvo que devolverlo. Una mesa en un restaurante no es una cama. Proclive a la melancolía acompañó con agua una capsula de 50,000 IU de vitamina D.