miércoles, 4 de enero de 2012

Marranas 35



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Frankenstein se compró una sierra. El ruido de carnes y huesos al quebranto. Los líquidos en brotes. Un reguero de mierdas y tripas. Para luego zurcirse como si nada hubiera pasado.

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Si desde cuando entró hasta que salió transcurrió un hito de repugnancias y engordes, y la cafetera hirvió hasta habitar un olor a borra quemada ¿cuánto, supuso, tendría ella que pesar después que se zafara la braga de tantos vapores?

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Después de enemas y estrategias para mantener a raya la certidumbre, revocó su licencia por el disgusto y la malicia. Simplemente le dio rienda suelta a la alevosía. Publicó unos viejos poemas y se los leyó a lémures y amigos.

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No era lo quería. Se convenció que aquello podría tener un vago olor a lo que quería. Y como el aroma incitado le prendía una vieja imagen erótica, lo pidió. No obstante tuvo que devolverlo. Una mesa en un restaurante no es una cama. Proclive a la melancolía acompañó con agua una capsula de 50,000 IU de vitamina D.

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