jueves, 25 de abril de 2013

Muñeca


Torso (1997),  Gerhard Richter


Porque eso sí, parece el engaño de un torso. Talanquera, superior rococó de licra y cutara guindando. Displicente descascara dos naranjas y el perfume en la uña deja la resina correrme una tetilla. Desiguales territorios ambos sin adjetivos- que nunca sirven ternuras- encoje los hombros. Cómo. Si esperara algo a mi edad. Si alguien entrara. La luz descubierta no tendría concesión, la incertidumbre quedaría en la boca. No sé ella. Pero se levanta y le ha quedado un hilo blanco colgando de un glúteo. 

miércoles, 24 de abril de 2013

Cinco flores y una mariposa nocturna


Feosia tremula


1
Áster, cúmulos violetas, la mañana. Pienso doblar sábanas y fundas, tocar, como siempre, un instante el rastro del cloro, el último momento del sueño, antes de buscar mancuernas y penachos en este mar de polen. La espero.

2
Le agradezco a los tulipanes el príncipe valiente que en mí dejó su traje apretado y sus botines al lado del colchón. En algún momento, por distancia o convenio, a espaldas de mis días los campos de algodón se volvieron una pena, hasta eso me dolió, cuando era necesario que aprendiera a amar.

3
Margaritas o colirios. La grupa donde corrió el agua y vi los choncholíes girar sobre sus picos antes que pudiera reconocer el cinquillo de la fragilidad. Quisiera domar aquella mirada cuando todavía no tenía nombre.

4
En una sopa. Amarillos y verdes. El campanazo del sol tirado bajo el agua. Tarde en la noche, después de tequilas y abrazos, me espera la calabaza con su flor.

5
Feosia trémula. Mis taquicardias, aquí y allá, en ese gris del invisible. Con una hebra de camándulas me voy acercando para no asustar a nadie.

lunes, 22 de abril de 2013

Está de timbales

Bacanal con Sileno, (h. 1475) grabado de Andrea Mantegna


Está de timbales. Aunque me dé serrote, y acuda a camareras y restaurantes, la maraña entretiene dulzura, y yo con melcochas nunca he jodido. Ya la sal desde el principio de verbos y molasas, y levaduras por índices de juego a estos tiempos para echarles poca paciencia, me queda su llavero al cuello y profundo en garguero sin nostalgia ni un carajo, y los carteles de las tiendas, los eyaculadores, Mantegna y Velázquez, la puya y su sucesión de chirridos al viento por donde paso y no hay peso. Esta gordura sin sentidos se traspasa de una vidriera a otra y el carril de un agujero va hasta el túnel de la calle escondrijo veces fez veces fe veces fecal. Guardián o asistencia médica, allí, parado, parezco no sé qué.

sábado, 13 de abril de 2013

Desorden e inmovilidad (1, 2, 3)




Ilya Prigogine


1
Desde la apariencia. Desde el lejano negativo. Un camino a pautas de políticas furtivas y tal cómos, gatillos híper editados el horizonte del desorden. El reto se aplica en un desecho sobre el intento de la inseguridad global. Y se extiende al consumo interno de fractales bifurcaciones (entre las piernas isabelinas del royal ballet sería otro ejemplo) después que ha muerto parte del motor de los boleros de los peores cantores españoles. Véase la recién fallecida Sarita Montiel.

2
El relajo ha sido siempre una colección de frases que ha indicado la dirección de los pueblos. Las discusiones han entrado en la parálisis civil de una depuradísima imagen del anacoluto. Por lo tanto. De tranquilidad se debería hablar con la tilde en la mano sin pensar en catalán, por ejemplo. Ya se puede esperar en la esperanza y alcanzar perfecta inestabilidad.

3
Prigogine. Y si fuera realmente cierto que el tiempo no es tan hijo de puta y que no nos separa del universo. Porque hoy llovió todo el día, y no pude salir a buscar el vino que quería, se generó otra posibilidad: una lectura de Bachmann donde me la llevaba a un prado y allí le daba con todo. Con el jarrito de aluminio del café por la cabeza. Con las chancletas de Gap en las nalgas. Y ya agotado, las cariofilinas rosadas y secas del búcaro de la sala me siguen trayendo la florería, y las cuales, al no entender que el muerto de esta casa no volverá, y estas dos paredes de olivo, pintadas el pasado abril, se determinan dentro del beso universal, (aquí) me arriman a este cartucho de algunas palabras. A esta inmovilidad.

jueves, 11 de abril de 2013

Marranas 50




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El tazar del anacoluto- diván la metonimia- requiere otro zarzo arder y entrar en las bibliotecas bajo tu vara, Oh Hada Cibernética.

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Malhaya. Algo de cuerpo joven. Poquedad lo urdido. Sin gloria le pone sabiduría al quebrante. Pone un vaso de vino y al otro lado de la mesa - capicúa - es imposible cerrar la estrategia del dolor.

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Manguetas y desagües, troquelad. Campanero mientras duerme (de palisandro) al lado del madero un cristo. La silueta israelí con su compulsivo estéreo frente al Mediterráneo. Pasan a lo lejos los tanqueros. Troquelad.

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Dispuesto a la caquexia del dolor personal no exige sacrificios, y como contrario, demanda un caso de aurora al cinquillo de la fragilidad. Fíjese cómo pasan los días y la actividad termina en la noche. Y la noche en borrachera. Y en el enchufe de los efectos eléctricos.

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Los nutrientes. Y otras crías de maternos órganos en desarrollo. Implica que mi beso no es necesario o que haya empezado procariota. Pues, vaya, eucariota al lado de tu vena palpitante ya palpitaba yo. 

lunes, 8 de abril de 2013

La uña

Cardenal Don Fernando Nino de Guevara (1600), El Greco




La uña del pulgar se le había roto. Se me cayó, dijo. Levantó la zurda y sacó el dedo perdonando a un gladiador, para que no hubiera duda. Dos meses. No recordaba si alguna vez había tenido dos meses para criar una uña y que le creciera al punto que se cayera por su propio peso. Dos días antes, el domingo, pelando una banana, le había notado la uña y le había dicho que no estaba seguro por qué me desagradaba. Algo no está en su sitio. No parece tu mano. Me recordaba, le expliqué, al dependiente del Walgreen, al chico que trabaja en el departamento de las fotografías. Lleva unas postizas, blancas y puntiagudas, vampiresas. Lo vi de negro caminando en New York  Avenue.  Llevaba un estuche de guitarra en la espalda, añadí. Manos parecidas a la de un muerto. Pensé. Pero no se lo dije. Si están verdes las bananas te podrían dar dolor de estómago. De niño las comía cuando estaban casi negras. Me gustaban calientes. Las ponía al sol. Después corría al baño. Y casi sonrió. Antes de tirar la cáscara hizo un gesto, desde la derecha, que conozco bien. ¿Por qué la otra uña no te creció a la par? Parece que tengo una parte muerta. Y no quise decir nada. No quise hablar de la muerte. Ni mencionarle unas uñas que se me habían quedado en la memoria. Las de un hombre muerto sentado en una sala y por donde entra la luz de un patio y se oye la nieve derretida caer de los techos en un constante chorro.  Lo que le dije fue que si alguna vez le interesaba ver una mano misteriosa debía buscar el cuadro de El Greco “El Niño de Guevara”. Esa mano me estremece, le dije. ¿Te recuerdas del libro que me compraste cuando comencé a enseñar los cursos de arte? En Time Square, creo. El tipo usa unos lentes. La mano encrespada. Como la del Papa Inocencio X. El de  Velázquez. Oh. ¿El de Francis Bacon? Ese. ¿El que te hizo escribir el poema de la carne cuando murió mi madre? Ese, sí. ¿Dónde se habrá metido el libro? Hace años que no lo veo. Oye, ¿no crees que sea un anacronismo llevar lentes en la época de El Greco? No sé. Google it. La exposición de El Greco en Japón termina el 7 de abril. No pensé que aguantara dos meses. Mira, la encontré en el piso. Y la puso en la mesa, delante de mí. La encontré en el piso, repitió. Te la guardé. Por si quieres comértela luego. Gracias. Sí, sí. Luego, le dije.

jueves, 4 de abril de 2013

Marranas 49



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De una forma a otra la luz fría. Si hubiese un ojo más inteligente me vería la piel verde, y el resto pujando para borrase en el instante.

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Desde el toldo, un fúgido le decía, con un gesto fadista, a la hermosura de la mujer del sastre, que un vestido suelto es para echarle saudade.

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Gomas. Le decía parra a veces para borrar en el líquido blanquecino que es la mierda de la rapiña. Embelesar, aquí o allá, sobre el rastro de este evanescente papel donde escribo.

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Se iba como una salazón. La mano se le iba. Por las calles deambulando en otra historia. Desde adentro, sin poder detener quien no era.

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Sí. Perdió la uña que alimentó dos meses. Se le cayó como una fruta. Me ofreció aquella madurez con su propio peso.

martes, 2 de abril de 2013

El saco de arena


G. A. 5 (17.1.84) 1984, Gerhard Richter

El saco de arena. Empero dos cucharas tempranas de glucosa, en el estante una cueva con pimientas y Cantábrico de latas, ramen a montones, en el café más barato esta semana ni siquiera al fuego calentura. Y luego, dos gestos en uno. Ponerme el cuerpo en la ropa y alentar las botas hasta pararme frente a mí. Después de aplastarme - el alma se aleja con un animal que canta en el cerezo (desnudo) frente a mi ventana- regreso como un tonto a buscar, me aseguro, alguna ruta de Sebald sin pensar en la mochila que guardé en el armario el pasado otoño. Y. O. Buscar la mochila entre las ruinas ya repartidas de las 9 y 15 minutos porque necesito llamar a Isabel y que me diga dónde hubo tanto sitio en mí y por qué no aparece ni el mínimo rastro de lo que amé, y, vórtice y aliento, el inodoro embarga en su coriolis un rehilete de aguas que sucumben, como suponían los egipcios, a las cuencas de la avena que bato despacio hasta cuajar.