jueves, 30 de octubre de 2014

Viaje a Montevideo (Carbonada criolla)


Naturaleza muerta con damajuana, Jose Gurvich

Una carbonada criolla. Hasta que no se levante entre las cebollas el chirrido de la carne, no debe tirarse al montón la verde complicidad del morrón, ni la ternura del comino, incomprendida lasitud, arrecostándose entre los huesos de la muerte y el orégano- habría que azarar su destino como hicieran las bellas rajastanis; y asistir (debería el excitado) sobre las sales, acaso una llovizna en el momento, que tiran (verter) un tomatazo, por si le faltase inspiración al ajo, y pide (suplicar) que lo corten, y le corten las entrañas hasta que en la hemorragia todos lloren esperando los peldaños que treparse habrán la próxima hora; y desde luego, hoy para luna menguante, y frío de estrechado agosto, peras, peras en rodajas, y añadirlas al final.

miércoles, 29 de octubre de 2014

Viaje a Montevideo (Fitzgerald. Desde el balcón.)

F. Scott Fitzgerald


Esclavas. Para el letargo. Un enlace de lombrices abulta el cielo. Y el ángulo consumido, pequeño desquicio, nace en elegir esta perpendicularidad. De dos pingüé cucaramácara. El títere fue- colorín- igual que agua carbonada seguido por el eructo, y luego sobre Punta Gorda el sol envejece a los eucaliptos - ahora que comienzan a moverse.

Fitzgerald. Desde el balcón. Acúfenos, móviles, las parpadas de un pato, las voces del programa de radio. Un pumarejo de jazz, encendido, en el azúcar del clarinete. No. Vida aparte. Esta gente pasa sin avanzar, grises, inclinados a las propuestas del jamás, el maltrato de cuajo a un lado de la ventolera que, hace 10 minutos, se levanta hacia el río, y con ello reanuda la queja.

“No al que. Que no al no.” Por debajo, la inquietud se evacua. La comodidad, la prevención. Después que abro el libro de Fitzgerald se corrigen, como una brújula, estas cosas inevitables y frente a mí. Una cómplice brisilla se queda garabateando sobre estas hojas que intento leer y releer sin remedio.

lunes, 27 de octubre de 2014

Viaje a Montevideo (En la rambla y una esquina de Pocitos)


Pocitos, Hotel y Rambla, Montevideo (1912)

Sobre la fresa atorada en su fresa abierta, la playa se derrumba. Después se redime. Luego, infarta. La Parálisis con su cuenta en cada paso. Yo paso, basto y moneda, copa y espada, de una fórmula pitagórica a un sermón del monte. Y cuando me toca evacuar y nada cambia, la humedad en la rambla- esgrimas del semáforo, tendedero, dos viejas que cruzan- enhebra la sorpresa en una esquina de Pocitos-un autobús pasa con 4 pasajeros mirándome orinar.

viernes, 24 de octubre de 2014

Viaje a Montevideo (Plenilunio)

Luna sobre el techo, Jose Cuneo

El río guía y reprime. Grosso modo. Esta tos sucumbe a sus polvos sobre un itinerario del algebra de Baldor. De modo que las renuencias del día poseen acústica. Dominios por los cuales confitan los vientos, las gárgaras de los amantes, los motores incesantes. Así, esta tarde, las limpiezas de los salones, las aceras y los colon. Un murmullo, un arrastre, portazos de estanterías, cierran más o menos cuando las luces se comprimen sin dolor, pero galantes.

La gente merodea por la rambla. Ágata con patas taconeadas. Y un tacón roto hace a cualquiera un pirata. Navegar sobre lo demás, alrededor de esa frita alarmante, llama de aspiradora en el atardecer, hasta el puerto se diluye. Se justifica, se reajusta ante el azimut, y en él la luna remonta, aparece con su nueva cara de atendedora de matahambres. Bien alerta. Como la carne igual a dos yemas corrientes.

La noche, entusiasta, en los cuadros del ventanal de un galpón gravita.
Luz inventada. Para la maravilla y la jocosidad, por si acaso, aprovecha su volumen, el flujo, en torcida velocidad- y es paso a un pasillo del laberinto- va a meterse dentro de las mucosas, se eleva en los socorros ya en una tendedera del espacio cuando Montevideo alarma.


¿Querer dar para exhibir. O. Y. Diluir la lectura y echar a perder el momento preciso. Y perder qué, que no sea este pozo donde el redondel no sirve para saciar la vida. Ese espejo desvela que el poema seguirá su trayectoria mientras suba la luna. Sería diligente sospechar del lunar en vez de su piel?

miércoles, 22 de octubre de 2014

Viaje a Montevideo (En el restaurante El Palenque)


Dama vestida de rojo, Glauco Capozzoli

En El Palenque. Pamplonas. La mole tibetana en preciso descuartizo bajo el tragante de aromas y pellejerías. Un tren-invisible estación- se lleva por delante la forma, el humo, las cosas más concisas, y las menos estimadas. Asoman endurecidas vísceras. Jamones hipercolgantes. Y frente a mí- aparición- una brasilera se lo come todo. A mí con ello. A mí con su marido. A todo un paralelo de rabias desde Tordesillas hasta su desquiciada ingestión en riel interminable. De polo a polo. Todos aquí frente a nuestros platos. Cuchillos y cucharas. Y el paro del dudar donde sus dedos son la fibra misma de una oscuridad del alfabeto. Queda, irreversible, masticadora, su boca babeante. No es Drácula un momento ingenuo? No tiene Frankenstein un hueso favorito? Y Corta con la agilidad de un siniestro mi curiosidad. Me toma de la mirada. Y en las ventosas, suavidad de su pastosa lengua, por su bolo deslízome, latido y sofoco, y allí me aferro a la seriada endosimbiosis, esta noche, bicapa lipídica, en su hotel, sin que el portero y su marido se enteren.

domingo, 19 de octubre de 2014

Viaje a Montevideo (El descascaro)

Grupo del 900 bajo los arboles, Alfredo Zorilla


Era que descascararse la ciudad- era- un pasadizo a la contra fuerza de la fe. Lo hubo en ciudades que estuvieron a punto del desmayo: Estambul, Corinto, Veracruz, Baracoa. Y en ello se estacionaba un rubro de calles lamentables y gente que conseguía soportarse. Le metían con el cuerpo su denuncia, dividida, como oosfera, para existir a plazo en esas coordenadas de templos y mataderos, el cruce donde vivía fulano de tal, cerca del puerto un buen amigo, y sus ventanas daban al otro lado donde se desnudaba la Marilú, la Clotilde, la Alejandra con sus contornos de arpegios. O. La simpleza de morir de una puñalada o una pulmonía. El agostar entre vejez y siestas sexuales. Y no se entendía y no se embadurnaba el culo- esos ecos- con salsa de tomate la ciudad, sus autobuses disfuncionales. O. Los camareros arrebatados por el aburrimiento y el rencor. No.

La ciudad posee como escatima. Pistolas, cuchillos, pastelerías, ramblas y hasta en una jaula un pájaro tiene tiempo en su demencia para escabullir un inapetente sonido parecido a lo que es. Uno lo contempla. Uno lo categoriza. Con amplitud. Y fuera de sus deudas, igual que un conductor de CUTSA, pone la mirada hacia al fondo para que la gente colabore y se mueva hasta algún fin que le escupa fuera de conteo. No.


Los banqueros bajan por una calle que es una fecha- 25 de mayo- y por ese calendario de la camisa ajustada a un suéter azul, el pergamino bajo el brazo al café de una esquina y su gris iniciación para algo inteligente- es un decir, desde luego, entre él y el otro Qué es lo que conspira El Banco de la REPUBLICA. Pertenece a una condición, al menos tan triste como lo otro del hornero que se priva de cantar cuando la carne arde. La quemazón, ese humo, que aquí no llega, ámpula todavía sirve para determinar el largo de la jeringa del pus. O. O. Pie de rey, la historia nacional del descascaro.