jueves, 16 de junio de 2011

Ardilla en Pompeya

16 de junio y el 2011

Por la ventanilla del autobús cuento cinco cedros, cuatro plátanos gigantes, dos arces preciosos, y,  en uno de ellos, una ardilla que baja por una rama. En un instante, como si bajara por un tornillo, desaparece y aparece, cerca ya del cemento, cabeza abajo. Un salto y el horizonte del arcén. Cinco saltitos (ladrones) y la cebra. 

El automóvil le pasa por encima en verde. Su silueta queda perfectamente estirada en el blanco de la cebra. No queda ni la más mínima evidencia de un accidente. Y ninguna señal que tuviera órganos internos.

miércoles, 15 de junio de 2011

La guerra de Edith


15 de junio y 2011

“The war, therefore, if we judge it by the standards…” (1984) y George Orwell


Esta noche. La luna se ha colado por el tronco del álamo. No es que soñemos. Es un álamo. Al lado, sin hacer media luna, la luna. Comentamos. Lo de un buque de Prusia, las mandíbulas, in excelsis deo. Las pautas dan como rostro alterno a los que hemos amado en silencio. Comentamos.  ¿El rostro de nuestra vanidad? Qué golpe. Qué descojonamiento decir cosa igual. Y exclamo, cuando apago la luz del baño, algo de una persuasión interna. 

Me cuenta mi amigo, mi madre, Edith,  leyó esto. Inexplicable. Con sus tintas y claves. Página tal, subrayada en azul. Le cuento donde nació mi padre. El me cuenta como murió su madre. Ese esqueleto es un breviario sobre el cual uno se excede por el lado de la memoria. Así me brinda una colcha. Me brinda su casa. Me presta unos pantalones viejos para que yo sepa que es dormir. Y. A todo me niego. Le quiero decir que me levanto temprano. Que no soy un hombre de esos le voy a decir. Dos explicaciones más y me entrega una toalla limpia. Me la pongo en el hombro. Me la llevo rostro. Antes que le diga lo que tengo y necesito decirle.

martes, 14 de junio de 2011

Sierra

14 de junio y el 2011

Se me olvidan los nombres, las fechas, los tiempos superfluos. Las líneas asociadas con la conversión de los árboles. La recta del viento que mueve las hojas y hace que uno eleve la vista. Se desaparecen, momentáneos, los nombres en el escondrijo de sus esencias. En el misterio de la forma. Se quedan ahí, atrapados, esperando que yo llegue. Ese esfuerzo por devolver. Recuperar. Nombrar. Es un regreso a los protosueños. O. Y. Una línea que me aleja de la superficie de mis cosas. Agua estancada. Y como todo espejismo, me acerca a la esencia de lo que alguna vez pude haber sido. 

Y. Levanto la vista. Lo que puedo ver es una sierra nevada. Capucha blanca. Cielo azul. Y. Si agudizo el oído, a lo lejos, escucho una sierra que me corta algo (desconocido). Vibra. Desmiembra. Y. Cuando cierro los ojos (cómo temo) lo que viene hacia mí es una niña. Bucles y vestido largo. Es Sierra. Tan real que no creo es ella. 

viernes, 10 de junio de 2011

Bruder und Schwester (1933) y Max Beckmann


10 de junio y el 2011

El huevo está hervido. Ruptura. Eclampsia. Se ha descascarado ante el ojo (arriba) la escena de un acto genésico. Esto parece un juego o una fruta (juguete) que ha expuesto sus semillas. Antesala al imán de los cuerpos (acontece) el soplo de la palabra (erótica). Se le ha escurecido el rostro a él. Ella mantiene el secreto en el oído. Lo dibuja con los ojos cerrados. Lo amplía. Si a un mundo dividido en dos cuerpos y al negro tajante de la espada se les atribuye la inecuación para un orden, ¿a quién se le puede atribuir la otra adivinanza? La mano de ella tienta esa frialdad incrustada en la propuesta. 

Yo los seguiré observando por una cuestión de cercanía. Les pondré la envoltura (no tengo las palabras) que traspasa hacia la oscuridad del primer gesto (multiplicador). Quizá Bach, mayor escala, lo haya sentido en una de sus variaciones.

miércoles, 8 de junio de 2011

Interior, 1904 y Edouard Vuillard



8 de junio del 2011

Escoger entre un violín y una tumbadora. Una camisa blanca o un paredón de ladrillos. Un hueco. Unas fuerzas conversas hacia las ventanas, un centro advertido por un retrovisor.  Quería empezar por ahí. Quería entretenerme al costado de la verdadera carga que se despliega para hacer un zurrón de variantes. Porque si los colores, y quería persuadirme, son desparpajos, lo menos que puede haber en la superficie es puro orden. Luz. Aquella navaja que ha cortado por las cortinas para abrir, en la intermitencia, el vacío. Una cuenca. Una suma de pequeños amontonamientos donde apuesto que es mayo. 

Ante la butaca (mayor) me aparece un viejo incidente entre el cojín y la alfombra. Casi indiferente las cuatro patas. Y yo sé que entre esas patas se agazapa el eros (retenido). Me quedo, casi sobre el hombro de ella, domadora de mesas, para ver qué es lo que hace. Una tómbola de posibilidades. Admito que varias veces he soñado con sus manos.

Pero. Así como se dice interior también se puede pronunciar lascivia. Un animal empedrado. Adherido al espacio. Una totalización. Incluyo al niño que espía el lado de su mapa. Inclusive, los gladiolos. El amarillo. El que hace una incierta curva para separarse de la explosión del rojo y seduce a la araña.

Otro sedimento se añade. Un pliego de trastoques y juxtacolores arremolinados en un tanque de peces chinos. De repente, el peso del agua en el aire se recrea, en el aislamiento, para escanciar las paredes. Aquello. Esto. Que va y viene. Una explosión psoriática y vulnerable. Dos derroches blancos (( )). Uno abole el rostro de la domadora. Y otro, impune, se interpone como si aborreciera la posibilidad que existe en la lámpara. 

Así es el hechizo. Me descarto en el pespunte que, desde el exterior, atomiza el canto de los estorninos.

martes, 7 de junio de 2011

In the Luxembourg Gardens (1879) y John Singer Sargent


7 de junio del 2011

La sombra, una mancha calibrada, en un continuo embrollo, sustituye a las sombras. Un solo cuerpo de escurísimos cabellos. Despegue. Un roce parece, contra el gris, ponerle en la espalda a la pareja una habitación, una carga sobre el escondite, la fe que los mueve. Y si no fuera por esa ligera brisa que levantó, por detrás de la fuente, juraría que a ella la empuja otra cosa. La incertidumbre. Los lazos del brazo que casi la arrastra. Sospecharía. Y si no fuese porque de soslayo me ha mirado, hubiera puesto a otra en su lugar. Hubiera cambiado la tarde por dos minutos más tarde. Lo hubiera dejado a él con el cigarro apagado y una mano en el bolsillo izquierdo. Para escucharla (pasar). El crujir de la grava debajo de sus pisadas. Y un momento más tarde, cuando he pensado en lo que resultaría si me levantara y los siguiera, he vuelto la vista (distraído). Me he cansado de mirarlos estos años. Dos minutos. Después. Me vuelvo a prometer que regresaré a Luxemburgo. Digo. A los jardines.

lunes, 6 de junio de 2011

Marranas 25



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La gallina puso el huevo pensando en el último tango en Paris.
También pensó en lo bueno que sería comer palomitas con mantequilla.

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El bostezo. La arenga consumada con la respiración de las monjas.
En el claustro todavía las salivas de las avispas en el capitel de una columna.

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La dominatrix mesó un mechón de su barba. Acto seguido
Una distorsión de sueños cayó del lado de la lamparita.

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El alcohol corrió hasta el punto de la evaporación. Una distancia.
Otra distancia se acorta. Así es el intercambio de los tragos.

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Sucedió entre los colapsos de la tarde. El dolor le pertenecía
Por despecho. Los naranjos le dolían como una cosa invertida.

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Hay una distorsión a la sazón cuando la mujer levanta el brazo.
Otra secuencia, en el radio, da un giro hacia los 180 grados.

miércoles, 1 de junio de 2011

Morning Sun (1952) y Edward Hopper


1 de junio y el 2011


No es menos cierto. Los brazos en las rodillas. La mirada concreta en la luz (limón). En la alcoba se presencia la anticipación de una riña entre lo diáfano y un tanque de agua (distante). ¿Será la culpa de  un trozo de luz anticipándose a otro? Un serpigo con escozor en su punta se insinúa.  Es lo que no se ve. Se imagina, quien no ve la ciudad, que no puede comparar el camisón (gurbión y rosado) que expone las piernas con la abrupta sucesión de los ventanales, el ladrillo (color) de las fábricas. Y sin embargo, ella es quien imanta. Se ha sentado en la cama y en ese baño de luz se abraza a lo poco que el lugar exige. Sea lo que sea, tiene la mañana frente a ella. Un inciso con la vida en su mejor silencio (ella). Y yo quiero, aquí en Columbus, Ohio, atenerme a ello. Al perfil. A la arrugas de las sábanas en el más simple de los gestos. Quizá a la separación de un verbo sobre otro. Esa condición del dos cuando enarta a la palabra. Me refiero a la facultad de callar sobre las máquinas con total fe. O. Y. Saber que desde esa altura una caída produciría el escándalo. O. Y. La muerte. Donde salir del sueño es acudir a los retazos del momento. ¿Al mismo momento?  ¿Y cómo restar la melancolía (el espacio) que se produciría si yo entrase en la alcoba?