miércoles, 1 de junio de 2011

Morning Sun (1952) y Edward Hopper


1 de junio y el 2011


No es menos cierto. Los brazos en las rodillas. La mirada concreta en la luz (limón). En la alcoba se presencia la anticipación de una riña entre lo diáfano y un tanque de agua (distante). ¿Será la culpa de  un trozo de luz anticipándose a otro? Un serpigo con escozor en su punta se insinúa.  Es lo que no se ve. Se imagina, quien no ve la ciudad, que no puede comparar el camisón (gurbión y rosado) que expone las piernas con la abrupta sucesión de los ventanales, el ladrillo (color) de las fábricas. Y sin embargo, ella es quien imanta. Se ha sentado en la cama y en ese baño de luz se abraza a lo poco que el lugar exige. Sea lo que sea, tiene la mañana frente a ella. Un inciso con la vida en su mejor silencio (ella). Y yo quiero, aquí en Columbus, Ohio, atenerme a ello. Al perfil. A la arrugas de las sábanas en el más simple de los gestos. Quizá a la separación de un verbo sobre otro. Esa condición del dos cuando enarta a la palabra. Me refiero a la facultad de callar sobre las máquinas con total fe. O. Y. Saber que desde esa altura una caída produciría el escándalo. O. Y. La muerte. Donde salir del sueño es acudir a los retazos del momento. ¿Al mismo momento?  ¿Y cómo restar la melancolía (el espacio) que se produciría si yo entrase en la alcoba?

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