jueves, 31 de mayo de 2012

Crucifixiones y Francis Bacon


Three studies of figures at the base of a crucifixion (1944) Francis Bacon



Se me gastan las crucifixiones y Francis Bacon. Trozo a trozo los he ido asando en la parrilla de La Parálisis. La secuencia de evasiones en semanas gélidas, fiestas de cumpleaños, aniversarios y lecturas, la terrible y contundente posibilidad de quedarme aquí adentro, han mermado esos kilos de trémulos músculos rojos. Confieso el despilfarro. Utilizadas las cavernas de los huesos, hasta la blandura sexual de sus tuétanos, y, en noches irresponsables, pasea el éxtasis por la figura del desgarre, danza del intenso olor de las carnes. Tanto efluvio escapando de este apartamento me sigue buscando más de un problema con los vecinos. Hay días que un traqueteo de voces ruge por los pasillos, a veces, amontonadas, suenan con la insistencia de ávidos tábanos fosforescentes. Algunos me tocan la puerta o la patean. Otras veces, a gritos, la señora del apartamento 2 me demanda que baje el nivel de tortura y que no joda más. Que ha escuchado ya toda su colección de Bach. El del 6, con su ronquera, confiesa que han tirado pintura amarilla en las paredes para persuadir las fragancias y sus alteraciones, y que en las paredes, las manadas levantan el polvo de las sabanas como ventiladores de un espacio para curtirse en la vastedad. Y el del 9, a patadas, exige contra mi puerta, que deje a los toros tranquilos, que merecen pastar hasta que un rayo los parta. Hijo de puta, condena. Mis vecinos son así. Sensitivos y un poco estridentes. Y yo no sé qué hacer para homenajear a los últimos gramos de este fin que queda en mis manos. Anoche me pareció que debería, en son de los monjes tibetanos, bajo el cielo de intensas navajas azules, tirar los restos a la intemperie. Descuartizar un poco más. Y esperar a los buitres que con calma o desespero devoren el último trazo de la paleta de Francis Bacon. Ya sé. Aquí no hay buitres. A escondidas de los vecinos voy a ofrecer, bajo el moral del patio del edificio, los últimos restos que quedan. Rafaela, la gata, tiene crías. La he visto merodear hambrienta con dos pequeñuelos pardos y uno tan negro como un paraguas. 

lunes, 28 de mayo de 2012

Guión para una película de amor (1, 2, 3, 4)



Charles Bukowski


(Después de los títulos)
La joroba lunar. Las fundas de los ataúdes, singulares azules desgastados, rozan rostros con ternura. ¿Terciopelo?  El verbo pasa. Y las vascas erres de los vampiros en las terminaciones de los poliésteres, con ese hedor que les da miedo, hacen temblar a los grandes amores que hubiera un Bukowski asegurado con su tos de alto Epicuro.

(Escena # 57)
…y acaba callándose, al fin. Erase que era adivinanzas y tesones, el chupa sal, el génesis en un  primer capítulo al roce de las primeras algas cuando vagaba el verbo en busca de sus conyugues. Y el nombrar de las aguas tenía turno mucho antes que la mirada. (Aquí la mirada de Paco Rabanne).  

(Escena sin música)
Los Romeos hidrópicos (que) no se atrevieron, por amor, a desertar. Fueron de infelices bares a mosqueados trozos de carnes (inermes) a pasarles la mano a las gamuzas de las putas. Se les puede ver, debajo de sus brazos, igual que se dobla el New York Times, algunos poemas de Lezama Lima al borde del más verde de los verdes que pujó la picea glauca un día de lluvia en el decimocuarto del diluvio.

(Casi al final)
Como gordos grafos están en los kioscos enterrados, en las revistas de ventas de autos, el descaro, la circularidad numérica de la cábala, los augurios de un mundo vertido con sus olores al margen de la podredumbre, y (nuestro héroe) hojea con desconcierto como si entrara en los aposentos de dioses aburridos y se encontrara un objeto de confección (innombrable esplendor) en los espacios negativos. La noche cae. Se da la vuelta (contrariado), los ojos dilatados, a punto de pensar algo que de verdad lo conmueva, y busca unas monedas en el fondo del bolsillo del pantalón.  

sábado, 26 de mayo de 2012

Espantapájaros



Alfred Hitchcock


1
El espantapájaros. Hojea. El cuello irreconocible y la suma de los libros traspasados por una estaca neutra en su ano. Señala con el brazo tieso a finisterre, a los naufragios portugueses, a las lecturas de (Pessoa), a la mirada de (Hitchcock), pistas de personajes (ya arrugados), capítulo tras capítulo, y, con el mismo gesto, esta noche pide en el bar conmigo.

2
Siluetas. De punta a punta en la caoba, el brillo del bar, endebles cabezas, la avena casi diciendo, una cámara en lento arrojo buscándome por encima de las banquetas. Una lectura tras otra en una biblioteca ambulante. Personajes de un espejo de sirope.  

3
Asunto de física y etílicas, el espantapájaros su posición cambia, su cabeza se despilfarra o se amolda. Su silueta en una lista de descripciones de una clase de anatomía (rodillas, tendones, cóndilos) en busca de un movimiento en las blancas de Capablanca. Ni siquiera rosa de los temores. Simplemente está, ahí, sin codos, listo en una pauta, metido en la querencia redonda de las palabras. 

4
Apunto. Acaricio la sospecha que dentro de un minuto habrá mercado para un personaje olvidado, sin propiedad, vuelto a vender (traficado) como vino. Y pido dos. Uno tinto y uno (Rueda) blanco como los limones. Y resbalo. Premura de los ácidos en un diálogo enclenque.

lunes, 21 de mayo de 2012

Virgen, no enficionada (Fray Luis de León)



Foto de Carlos Orduna

Virgen, no enficionada, y aquí en breve, dime. Las cáscaras del cese ( ) durísimo perfil de los cerros. Habría que allí escuchar. Altos y despeños. Llavín entre las rocas la escolopendra, carrasquillas y aladiernos. Las nubes, paseantes tentadoras, sobre los manchones mortecinos del pasto y el amarillo de la sed. Y la luz. Cuando el amanecer el tiempo no lo impide. Y el merodear de las mismas estrellas desde el ángulo trepado del olmo en el otero deja al campo en gestación, un querer llevárselo hasta el fin de los confines con su tripa enferma. Y qué hubo ahí. Sino miseria, ladridos de perros, el macramé de la vida y la muerte, hipérbole, luz que hacia adentro es una vuelta a la luz, el distante desquite del aire con las lomas. De aquello. Piedras sin nuestros nombres y La Casa un entierro. Nada más que cosas en seco. Trashumancia. Espacio. Me cago en diez. 

jueves, 17 de mayo de 2012

Las mañanitas




Ya no. Ni tábano recogiendo miel del ojo en la última luz. Ni furcias ni marucas. O. Un palabrón de tamaño tamañudo, de extremaduros jamones en sal, y curtido de la mejor bacteria. Tampoco. Se escapa la mañana. O. Y. La rumba del café en las evacuaciones alvinas. Esta mañana en griego, en puterías, y los pleitos a espaldas de la lectura de Mario Montalbetti. Un rasguño en la verruga y este pus (morado) de pruritos e {a} intervalos degenerados. La suma tul en la garganta. Las postrimerías que nunca salieron a desnudarse con el desnudo. Una lista breve. Ya veré, en el color Luis XV de mi tacita de Limoges, a sus degollados.  

martes, 15 de mayo de 2012

Marranas 43




 #
Un poema afilado en la retama de los tintoreros. Para quien se lamenta que no le avisaron que escribir es la profesión más peligrosa de esta tierra. 

 #
No se atrevió con Kafka, pero cuando abrió la puerta Kozer, allá faisanes despavoridos, entre las piernas, al corral de hielo seco, se dijo: aquí sopa y tripas, hay que sentarse a comer de esto tieso. 

 #
Si fuera Kierkegaard, al lado de la mariposa contemplada en un billete de 100 euros, su figura, quien le paga a una jovencísima furcia de Bangkok, tendría mejor conversión o 15 minutos más por el culo. 

#
De allende flámulas (lilas) cuando a sus espaldas se quitó los poliésteres. Y, en sus reversos, los colocó, uno a uno, sobre la cama sin que todavía le pagara. Ni le pegara. 

 #
La jauría de pechitos que el verano acrecentó hasta la redondez de esplendorosas hortensias. Domina la dirección del viento. Levanta esa osa menor de una cuna. Como los cuentos olvidados de la niñez. El muy descarado.

jueves, 10 de mayo de 2012

Membrillero (1961) y Antonio López García





(Primer descubrimiento)
Una masa de agua debajo del membrillero. Algunas cosas sobreviven sin haber visto la luz. Si las buscaras en el diccionario, detrás de aspiro y respiro, una fila humana, sin evidencias de carnes, en un valle parido por arqueólogos, revocaría ese fluir en el poema que (todo lo) vitrifica. 

(Un día nublado)
Qué tal ese foco donde la forma es vientre (lento) en cada hoja. Deseo donde la pulpa expande mole. Y la luz, donde el mundo se penetra, y los roces de cósmicas casualidades responden Existes, desciende con los garrotazos que hay que darle a la mandioca y, nada, una insoportable ganas de orinar te sorprende (insignificante) ante el cierzo que mueve las ramas.

(Magos)
De modo que los membrillos en tus ojos se balancean y a ellos, incrédulo, te aferras. La mano desenvaina el guante donde guarda su espalda el truco cuando los dioses se sientan en la sala a charlar. Las cosas no son cuando son. Es evidente que hace mucho rato has dejado de creer que en ello haya alguna moraleja o alguna cancioncita.

miércoles, 9 de mayo de 2012

Ni cura si encarama (Fray Luis de León)




La cebolla pasada en la sartén, su llanto y contenidas compuertas, un rollo de infernales aceites exude, al olivo envidia su temblor en seco, las orquestadas cigarras al quemar el mediodía, y la paciencia de los verdes con el gris del tronco en pauta, tránsito de antaño, raíces ávidas en la tierra, y tal vez, por presumir, no entienda que su brevedad no es requisito ni cura si encarama el pan de la hambruna, que coronas de delicias disuelven su aromática muerte sin que a nadie le importe un bledo, ya que lo de importar tiene escaso tarugo en el descolgar la aldaba de la puerta de la vecina y saber cómo subir por sus enaguas, y al arribar entrar, sin premura, al estrecho campo de fatales anafres.

lunes, 7 de mayo de 2012

La flauta (La Orquesta Aragón)




La flauta. Eso es. La flauta. La mañana en rosados, cruces, mosaicos. La higuereta en el patio. El remedio que colgó en el sereno con su sal de sosa. El frío de la cal y el olor de algo sintético en el aire desde la sala, turno para las primeras moscas que despiertan. Y la flauta. Una coincidencia desde que los gallos se repiten con sus cantos, de techo en techo, y la hipertelia intermedia por las ranuras en una caja negra de ojos desprendidos mientras el jadeo, y por donde los mosquitos han disfrutado de su banquete, se vuelve eco. Allí la flauta. Sopla un fuelle por todo el cuerpo, despliega su calor de incubadoras gallinas, la dureza de las lagañas, el aliento a noche todavía. Y entonces la luz. Aguda. Y otra vez la flauta. La orquestación, un arco a la fuerza, sonidos que van reconciliando, tomando, marcando cuerpo, una ponderación de cables donde podrían quedar atrapados cometas y papalotes. Una sucesión de notas, ya la dulzura (evidencia) en un lengüetazo en el oído. La Parálisis se encona y la mañana se expande porque ha entrado también el violín. Ahora dos arrastran lo que hay en el cuarto, empujan los bordes de las paredes para que en el horizonte de tensiones, donde los trompos rotan incesantes, no haya descanso. Flauta y violín. Contraseñas. Se evidencia de refilón una danza en el brillo de los mosaicos y el rombo que sujeta la cúspide de una iglesia en Aragón. Irrumpe una cigüeña. TacTacTacTacTatatatatata. Así ambos. Y sin embargo es una desconstrucción. Hay un cuerpo que necesita levantarse, estregarse en el espacio, moverse con alegría como si entendiera su futuro. Después se incorpora el aroma del café. La madre que tararea. Y un estribillo en sus chancletas.

miércoles, 2 de mayo de 2012

Fado (La tristeza que traigo)





(Antes del desayuno)
En la pared el amarillo (ondula) con el desconcierto de vuelta al cuerpo. Hay un lapso de ruidos repenetrados. Agudizo el oído. Las hemorragias de las cerezas bajo el grifo. Te las voy contando. La mañana disimula y se cuela por el visillo un pedazo de lo que hay allá afuera. Y, como no hay novedad, te acuestas enroscada contra la almohada. Y, como callas, lo oigo todo como si fuera un aeropuerto vacío.

(El restaurante)
En el restaurante las cosas ya son más sencillas. Sobre el pan la división de las grasas. El año que fuimos a un sitio lejano y lloraste sin saber por qué. Dijiste De felicidad. Y aquel día mentiste. Luego, cortas el churrasco y, antes de masticar, cierras los ojos con placer . Como cuando se duermen las panteras.

c)
Debajo del semáforo te tomo la mano. Siento una fricción de alto contenido. Tal vez una zona concentrada hecha de esa nata del aire. La acumulación. La polinización. Todo aquello de las pieles invisibles de los deseos que se pudren en uno. La verde y la roja. Un tic tac intermitente en amarillo. Me dices que crucemos y que no entiendes lo que estoy esperando.

d)
Ya, a estas alturas, en mayo los cerezos se enverdecen. La cadera duele menos. La coyuntura del meñique vuelve a su sitio. Es un comentario interior cuando te quiero decir que la luz parece un viejo pedazo de plástico encima de tu cabello. Como no lo puedo decir. Me detengo a contarte, frente a un cerezo, sobre el silencio (tallado) en los patios de Nagasaki.

e)
Te vuelvo a relatar la historia del burro que murió en una ciénaga atacado por los mosquitos. Intento con mis manos señalarme el rostro para comparar con aquello que quedó marcado en su cabeza (belfos, mandíbulas, orejas, hocico), la hinchazón de tres días de muerte, y la insistencia de los mosquitos por succionar sus jugos mortales. Y cómo, cuando lo trajeron para enterrarlo, la gente del pueblo quedó fascinada por aquellos ojos grises tan poco común en los trópicos. 

(El fado)
En la sala. Vuelves de la cocina como si trajeras un cuchillo en la mano. Me recuerdas el añoro que tengo por mi herida. Pones un fado de Mariza antes que la blancura de Lisboa me ataque y cuente mis días hasta el día que por esa herida me llegue mi muerte. La muerte. Me corriges. Te vuelves a enroscar, esta vez en la esquina del sofá, tarareando La tristeza que traigo. 

martes, 1 de mayo de 2012

Marranas 42




#
Algunos dioses amenazan con eternos castigos. Después, las glándulas se ajustan y queda un albergue para el trismo. ¿Será que el miedo a eternas entregas, frontera de algunos sosiegos, causa ligeros alivios gástricos?

#
 Se accede a la blancura y a sus exigencias. Allí, lo que quisiera la palabra, penetra en un cocido entre el hígado, los riñones, y sus salsas, un espacio sin remordimientos, y se quedan los contornos de ese otro arcoíris en una remotísima planicie. 

#
Uno sin saber arrepentirse y ahí ese estado hipertélico, cortinaje de una condición inalterable del cansancio, el innegable sabor a tamarindo. Todo lo que dura más de un año se convierte en bolero. 

#
Un sándwich cubano en la boca. Y te lo dan sin lechón y sin queso. Se mastica el vértigo de una anunciación. Sin embargo, aquello baja.

#
Más dulce. Le pedimos a mamá. Más dulce. Échales más, mujer. Que les echara (a los nietos) de esa pócima que tanto a papá le gustaba y que le dejó en una silla de ruedas.

#
Bajo la condición absoluta que nunca vuelva a poner un pie en La Casa, todavía no sabe que hará, por ejemplo, con el deseo de volver.