martes, 1 de mayo de 2012

Marranas 42




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Algunos dioses amenazan con eternos castigos. Después, las glándulas se ajustan y queda un albergue para el trismo. ¿Será que el miedo a eternas entregas, frontera de algunos sosiegos, causa ligeros alivios gástricos?

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 Se accede a la blancura y a sus exigencias. Allí, lo que quisiera la palabra, penetra en un cocido entre el hígado, los riñones, y sus salsas, un espacio sin remordimientos, y se quedan los contornos de ese otro arcoíris en una remotísima planicie. 

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Uno sin saber arrepentirse y ahí ese estado hipertélico, cortinaje de una condición inalterable del cansancio, el innegable sabor a tamarindo. Todo lo que dura más de un año se convierte en bolero. 

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Un sándwich cubano en la boca. Y te lo dan sin lechón y sin queso. Se mastica el vértigo de una anunciación. Sin embargo, aquello baja.

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Más dulce. Le pedimos a mamá. Más dulce. Échales más, mujer. Que les echara (a los nietos) de esa pócima que tanto a papá le gustaba y que le dejó en una silla de ruedas.

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Bajo la condición absoluta que nunca vuelva a poner un pie en La Casa, todavía no sabe que hará, por ejemplo, con el deseo de volver.

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